martes, 28 de enero de 2014

Capitulo 19

Era sábado por la tarde y los invitados llegarían en veinte minutos.
-¿Qué te parece, Anna? -le preguntó a la jo­ven.
-Bellissima -Anna sonrió-. Muy elegante.
-Gracias -le devolvió la sonrisa. Lo único bueno de sus dos primeras semanas en la Casa Alfonso era Anna. Se trataba de una joven amistosa, que hablaba un poco de inglés y estaba ansiosa por ayudar. De he­cho, había dedicado media hora a recogerle el pelo y dejarle unos mechones sueltos para enmarcarle la cara. Observó marcharse a la joven y volvió a observarse en el espejo con nerviosismo.
 Las últimas dos semanas no habían sido fáciles. Ha­bía contado con cierta dificultad para adaptarse al estilo de vida de su marido, pero nunca había esperado sentir­se tan sola. Aldo los despertaba a las siete de la mañana con el café. Diez minutos más tarde, Pedro, du­chado y vestido, la dejaba en la cama mientras él se dedicaba al trabajo, y si era afortunada lo veía al medio­día. Pero la mayoría de los días no volvía a aparecer hasta las ocho de la tarde.
Solo en una ocasión habían salido. La había llevado a Verona para abrir una cuenta bancaria a su nombre. Luego la había acompañado a la consulta de su médico y esperado mientras la examinaban. Al regresar a la man­sión, la había despedido con una breve sonrisa, diciéndole que la vería más tarde. Eso quería decir durante una cena muy formal con su madre y Micaela, o en la cama.
Esbozó una leve sonrisa; al menos en la cama dis­ponía de su entera atención, aunque era el único sitio.
Había realizado un descubrimiento perturbador acerca de su marido, el «conde Pedro Alfonso», hombre de negocios, alguien totalmente diferente del Pedro que ella se había enamorado. Era un adicto al trabajo y un consentido. Su madre y Micaela satisfacían todos sus deseos, igual que el personal, como si fuera el Amo del Universo, y él recibía su adoración como algo normal. La actitud que mostraban hacia Paula no era tan complaciente, aunque esta había tratado de con­vencerse de lo contrario; pero lo sucedido el día ante­rior lo ilustraba a la perfección.
Por la mañana, Pedro le había informado de que su madre y Micaela iban a llevarla de compras. Cuando Paula le había suplicado que fuera él quien la acompañara, había aducido la presión del trabajo, para luego añadir: «Mamá conoce los lugares adecuados para ir de compras para una mujer en tu condición, mientras que yo no tengo ni idea».
Era evidente que la sensibilidad no era el punto fuerte de Pedro. Cuando regresó de realizar las compras, ardía de resentimiento. Carmela y Micaela ha­bían descartado todas sus sugerencias con el comenta­rio de que ellas conocían mejor el estilo aceptable para las mujeres embarazadas en la sociedad italiana. Paula se había sentido una pigmea y cerrado la boca. Y había regresado a la casa con tres de los vestidos más enor­mes que jamás había visto. Sin importar lo mucho que se esforzara, no conseguía convencerse de que Carmela y Micaela buscaban lo mejor para ella... de hecho, todo lo contrario.
Y así se lo había comentado a Pedro, y la reac­ción de este había sido de absoluta frialdad. Le había dicho que sacaba conclusiones absurdas, para luego su­gerirle que se debía a una alteración de las hormonas debido al embarazo.
Al salir del dormitorio supo que depositaba todas sus esperanzas en esa noche; quería encajar y hacer amigos, pero no a costa de su orgullo y autoestima. Ra­zón por la que llevaba puesto el vestido que se había comprado en Inglaterra.
Respiró hondo y entró en el salón. Pedro había bajado antes. Micaela, que estaba deslumbrante con un vestido azul medianoche que dejaba sus hombros al descubierto y se ceñía a todas sus curvas, se hallaba tan cerca de él que casi se tocaban.
Ver a su marido, tan increíblemente atractivo con esmoquin, sonriéndole a Micaela, le atenazó el corazón. Irguió los hombros y se dirigió al centro del salón.
-Buenas noches.
Carmela fue la primera en notar la presencia de Paula, y al hacerlo, enarcó las cejas perfectamente deli­neadas en un gesto de sorpresa.
Entonces Micaela rió.
-¿De verdad llevas puesto eso? -comentó, miran­do a Paula como si acabara de salir de debajo de una piedra.
-Sí -repuso con rigidez; a la defensiva. Era un sencillo vestido negro de seda. Unas tiras finas sostenían un corpiño con un escote recto sobre sus pechos. Se ce­ñía justo por debajo del busto hasta poco más arriba de las rodillas.
Paula soslayó los comentarios en italiano y miró a Pedro, a la espera de que le sonriera y le ofreciera un poco de apoyo.
Los ojos de este realizaron un rápido análisis de la fi­gura abultada de su esposa mientras se acercaba a ella.
-Estás muy bien, Paula -de hecho, creía que es­taba deliciosa, aunque entendía el punto de vista de su madre.
-No pareces muy entusiasmado -señaló Paula con sequedad mientras Pedro la estudiaba con ex­presión inescrutable.
-No, de verdad, sabes que siempre estás preciosa -la aplacó-. Pero mamá pensó que ibas a ponerte uno de los vestidos que compró para ti. Es de la opinión de que son mucho más apropiados para una esposa durante el embarazo, y en asuntos de buen gusto, mi madre sabe lo que es mejor. Harías bien en prestarle atención.
Indignada, empezaba a sentirse como si estuviera en la cárcel. «Qué se vayan al cuerno los dos», pensó, esa noche iba a disfrutar, aunque fuera lo último que hiciera.
-Presentaré tus disculpas, en caso de que sean ne­cesarias, mientras vas a cambiarte -continuó él con voz suave-. Pero date prisa.
-No.
-¿No? -enarcó una ceja-, ¿Te niegas? Se mostraba tan asombrado que ella tuvo ganas de reír.
-Lo has entendido a la primera.
-Paula -la tomó del brazo-, te comportas de una forma muy tonta. Ahora ve arriba a cambiarte - ordenó mostrando su irritación.
-Parecería tonta si me pusiera alguno de los vestidos que compraron ayer -lo miró con ojos centelleantes-. Estoy embarazada de cinco meses y medio, no de nueve -bufó por el enfado-. Hacen que parezca una elefanta. Deberías... deberías verlos.
Pedro sonrió cuando comenzó a tartamudear.
-Comprendo -le soltó el brazo-. Puedo enten­der la vanidad femenina -añadió con tono burlón.
Sintió la tentación de golpearlo; era tan condenada­mente condescendiente. Pero no dispuso de la oportu­nidad, porque en ese momento, Aldo anunció la llegada de los primeros invitados. Paula se preparó para cono­cer a una horda de desconocidos.
En ningún momento fue tan malo como había temi­do. Los amigos de Pedro no eran tan fríos y dis­tantes como su madre y cuñada, y cuando llegaron Zaira y Gonzalo Nara, Paula no pudo ocultar su alegría.
El bufé estaba exquisito y la conversación se desa­rrollaba en inglés e italiano. Carmela brillaba y era la anfitriona perfecta, y con Micaela a su lado no tardó en tener a un grupo de personas pendientes de cada una de sus palabras.
Solo por un momento, Paula comenzó a relajarse. Pedro se hallaba en el otro lado de la habitación, en­frascado en una conversación con un grupo de hombres.
De pronto, Zaira apareció a su lado.
-Tu lugareño ha resultado ser el conde Pedro Alfonso -rió-. ¡Vaya historia! Cuéntamelo todo. Paula así lo hizo y concluyó:
-En un sentido, he de darte las gracias a ti, porque al parecer cuando en Nochevieja le dijiste que estaba embarazada, fue a buscarme, y el resto es historia. Ahora estamos ca...

Aca les dejo dos capitulos:)! Espero que les gusteee!! @AdaptacionesPyP

2 comentarios:

  1. Decime q Pedro va a cambiar la actitud y va a dejar de ser frío. Muy buenos los 2 caps.

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  2. no me esta gustan el trato de pp , pobre pau, parece que la mama de pp no la quiere, espero leer el proximo capitulo

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