No llegó a terminar la frase, ya que alguien tropezó con ella y le manchó toda la parte frontal del vestido.
-Oh, lo siento tanto -Micaela apareció delante-. No te vi; mira cómo te he dejado el vestido. Qué torpe soy -la malevolencia que Paula vio en los ojos de Micaela la dejó paralizada-. Ahora tendrás que cambiarte.
Paula no pudo creer semejante mezquindad... Pero, dominada por la vergüenza, ya que la humedad le había pegado la tela al estómago, no quiso montar una escena.
-Sí -convino.
-Iré contigo -anunció Zaira, mirando con dureza a Micaela.
Antes de que pudieran moverse, Pedro se materializó a su lado. Clavó la vista en la mancha.
-¿Qué ha sucedido? -todo el mundo alrededor pareció guardar silencio.
-Nada... un accidente. No merece la pena darle más importancia -Paula se ruborizó con intensidad,
Micaela apoyó una mano en el brazo de Pedro, quien la miró mientras ella decía algo en veloz italiano. La gente de alrededor rió, Pedro sonrió y, centrándose de nuevo en Paula, posó una mano en la zona baja de su espalda.
-Date prisa, entonces.
Paula asintió sin comprender lo que se había dicho, y acompañada de Zaira, abandonó la sala.
-Esa zorra lo hizo adrede -comentó su amiga mientras subían las escaleras-. Vas a tener que andarte con ojo.
-No, de verdad, fue un accidente -mintió-. Estas cosas pasan.
-No es lo que le acaba de contar a tu marido -reveló Zaira-. Bromeó diciendo que lo que te hizo tropezar fue el peso extra que llevas... el heredero Alfonso. ¿Por qué crees que todos rieron?
-No, no te creo -aseveró, defendiendo a Pedro y al mismo tiempo sintiéndose increíblemente dolida.
-Entonces te sugiero que aprendas italiano, y pronto -indicó Zaira.
Sin prestarle atención, Paula se quitó el vestido y después de una breve visita al cuarto de baño para secarse el estómago, regresó al dormitorio.
-¿Este es tu dormitorio? -preguntó Zaira, inspeccionando la suite y abriendo la puerta del vestidor.
-Sí, desde luego -la siguió y observó el escaso número de prendas.
-Tienes más problemas de los que imaginaba - indicó su amiga-. Esta no es la suite principal de la mansión Alfonso. ¿Lo sabías?
-No -sonrió con expresión seca-. Pero conozco mi propio dormitorio.
-Es posible, pero, ¿recuerdas el artículo que te mostré? La suite principal está en el otro ala.
-Esa es de Micaela -musitó Paula, sacando uno de los vestidos nuevos del guardarropa. El menos desagradable era una creación de muselina blanca con rosas rosadas.
-¡Ah! De modo que la viuda negra está bien atrincherada. Lamento decirlo, Paula, pero será mejor que te impongas. Ahora eres la primera mujer de esta casa, y es hora de que empieces a actuar en consonancia, o Micaela te va a aplastar.
-Vamos, Zaira, no seas melodramática.
-Escúchame, Paula -movió la cabeza y suspiró-, Desde hace siglos corren rumores sobre Micaela y Pedro, pero es de conocimiento de todos que Micaela no puede tener hijos. Estuvo casada diez años con el hermano de él y lo intentó todo. Si no te andas con mucho cuidado, no solo se adueñará de la suite principal, sino de tu marido y de tu hijo, si se lo permites.
-Tienes una imaginación vívida -musitó, alzando el vestido, pero las palabras de Zaira habían tocado algo en su interior.
-¡Oh, Dios mío! ¡No te vas a poner eso! -se lo quitó de la mano-. ¿Dónde está tu estilo?
-Carmela y Micaela me llevaron de compras y me aseguraron que esto es lo que se ponen las mejores futuras mamas italianas.
-Sobre mi cadáver -aseveró Zaira, hurgando en el guardarropa hasta sacar el vestido blanco de cachemira que Paula había usado para la boda-. Toma, ponte este, al menos tiene algo de estilo... y por el amor del cielo, piensa en lo que te he dicho. Eres demasiado confiada para tu propio bien.
El sonido de la música flotaba desde el gran salón mientras las dos mujeres bajaban por la escalera. El baile había comenzado. Paula entró en el momento justo en que Pedro tomaba a Micaela en sus brazos y comenzaba a bailar.
GonzaloNara apareció y deslizó un brazo alrededor de Zaira.
-¿Dónde has estado? Te he echado de menos - declaró.
-Ayudando a la señora de la casa a cambiarse - respondió Zaira con felicidad.
-Y estás preciosa -Gonzalo le sonrió a Paula-. Pedro es un hombre muy afortunado.
-Gracias, Gonzalo -se obligó a devolverle la sonrisa. Pero al observar a Pedro bailar con los brazos de Micaela en tomo a su cuello, dudó de esa suerte. Verlos juntos le dio credibilidad a las sugerencias descabelladas de Zaira. La golpeó una oleada tan amarga de celos que tuvo que cerrar los ojos durante un momento.
Con firmeza se dijo que Pedro la amaba. Se habían casado. Pero un cosquilleo en el vientre le recordó que estaba embarazada y que esa era la causa por la que se había casado con ella. Entonces él la vio, y la brillante sonrisa que le dedicó le recordó que se preocupaba por nada.
Paula llevaba puesto el vestido con el que se había casado, y durante un instante, Pedro quedó aturdido por lo hermosa que se la veía. Se felicitó por haber tomado la decisión adecuada de casarse. Era una dama y, en contra de lo que le habían llevado a creer hombres casados a los que conocía, el matrimonio no había establecido una gran diferencia en su vida... salvo que cada noche tenía a una mujer cálida y dispuesta en su cama. La vida de casado era estupenda. Sus amigos adoraban a Paula, la velada era un gran éxito y deseó que todos se marcharan para poder llevársela a la cama.
La música se detuvo y se liberó del baile de cortesía con su cuñada. La mano de Micaela en su brazo le impidió ir a reclamar a Paula. Con impaciencia apenas contenida escuchó lo que tenía que decirle, pero cuando se les unió su madre, centró toda la atención en ellas. Las antiguas lealtades chocaban con las nuevas, y poco a poco frunció el ceño.
Paula vio el gesto y lo observó abrirse paso hacia ella entre la gente. Con un brazo fuerte él la pegó a su lado.
-Veo que te has cambiado -comentó al inclinar la cabeza, y con el pretexto de darle un beso en la mejilla, susurró-: A pesar de lo hermosa que estás, ¿habría sido tan duro lucir uno de los vestidos que mamá te eligió?
-Sí -declaró con rebeldía. Ya habían tenido esa discusión antes, y no pensaba tratar de defender otra vez su elección.
-Baila conmigo -exigió él. Paula se quedó quieta, y la mano grande en la espalda de ella la acercó-. Sonríe - sugirió con voz sedosa mientras sus ojos brillantes absorbían el desafío en el hermoso rostro-. O la gente podrá sospechar que estamos discutiendo.
-Qué el cielo impida que alguien pueda atreverse a discutir contigo, Pedro -soltó con sarcasmo, y recibió el castigo de un beso breve y apasionado. El cuerpo se le derritió en el círculo de los brazos de su marido-. La gente nos mira -se puso colorada.
-¿Y qué? Yo soy el señor en mi casa -murmuró mientras la guiaba en la danza-. Harías bien en recordarlo. No estoy acostumbrado a que las mujeres de mi vida me llenen los oídos con cosas de ropa -declaró con arrogancia-, llene que parar... ¿entendido?
Involuntariamente, Paula se encogió y perdió un paso del baile por la amenaza implícita en la declaración...
-Micaela tiene razón, esta noche estás algo torpe - comentó él.
¡Zaira no había mentido! En ese segundo quiso darle un puñetazo; sus ojos azules soltaron fuego.
-¡Y tú eres un cerdo chovinista ciego! -murmuró con voz tensa.
Se la veía magnífica cuando la pasión o la ira la encendían, pero no quería discutir con ella.
-No te irrites, Paula. Te perdonaré. Sin duda se debe a tus hormonas.
Paula se soltó en cuanto la música se detuvo, pero antes de que pudiera hablar, Carmela tocó el brazo de Pedro.
-Los invitados no tardarán en marcharse. Media hora más tarde, el último de los invitados se había marchado. Carmela declaró que la velada había sido un gran éxito y sugirió que todos tomaran una última copa. Paulase negó, dio las buenas noches y fue directamente hacia las escaleras.
Por dentro era un torbellino de emociones encontradas. Amaba a Pedro, pero él había admitido que se había reído de ella con Micaela. No podía creer que fuera tan insensible a sus propios sentimientos. Aunque empezaba a descubrir que no lo conocía muy bien.
En cuanto llegó al dormitorio, se desvistió, fue al cuarto de baño a lavarse y a cepillarse el pelo antes de ponerse un camisón azul. Tras un momento de vacilación al ver a Pedro, continuó hacia la cama.
-Te has marchado de forma bastante precipitada, Paula -opinó con voz dura-. No te habría hecho ningún daño haber compartido una copa con mi madre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario