Pedro se llevó ambas a los labios antes de ponerse de pie.
Sintió que ella temblaba y la abrazó. «Es suave y cálida, y mía», pensó con triunfo al reclamar esos labios carnosos.
—Peter —gimió Paula, y el cuerpo le tembló con una necesidad que no podía controlar. Lo miró a los ojos y supo que él se sentía igual de excitado.
—Sí, mi Paula —susurró al alzarla en vilo y llevarla escaleras arriba al dormitorio, sin dejar de darle besos en los labios, la mejilla, los ojos, la curva del cuello—. ¡Dios! Paula, no te haces idea de lo mucho que te deseo —gruñó mientras la bajaba por la extensión de su cuerpo para luego apartarla un poco—. Creo que ya no puedo esperar más —le bajó las tiras del vestido por los hombros y los brazos—. Quiero verte desnuda — deslizó el vestido hasta que cayó a sus pies.
De pie ante él, con unas diminutas braguitas de encaje, tembló cuando las manos de Pedro subieron por sus caderas mientras visualmente saboreaba la gloria de su cuerpo casi desnudo. Ciñó las manos en tomo a su cintura. La pasión tensaba el rostro de él y durante un fugaz segundo ella tuvo miedo.
Él percibió su temor y aflojó los dedos. Deslizó las manos por la piel sedosa hasta llegar a los pechos.
—Eres increíble, tan entregada y hermosa —tenía una piel pálida como el marfil, el cuerpo perfecto, con unos pechos erguidos y plenos coronados por unos capullos delicados. El cuerpo de Pedro se puso duro como el acero y el deseo lo recorrió como una ola desbordada—. Ninguna mujer me ha afectado nunca como tú, Paula —inclinó la cabeza y le rozó la boca con los labios—. Pero si quieres que pare, dilo ahora — murmuró.
Ella separó los labios en un suspiro trémulo y alargó los dedos hacia los botones de su camisa.
—No quiero que pares —murmuró sobre sus labios—. Nunca.
Sus bocas se encontraron en un beso demoledor y hambriento que desterró toda posible duda de la mente de Paula... solo podía pensar en Pedro, sentirlo y probarlo. Siguió sus movimientos con anhelo, y a los pocos segundos, él quedó desnudo.
La fascinación la mantuvo inmóvil mientras maravillada le recorría el cuerpo con la vista. Era magnífico, a sus ojos inocentes como un dios esculpido. Respiró hondo y vio el sexo de él que sobresalía del nido oscuros de vello rizado en su entrepierna, y el rubor invadió cada centímetro de su piel.
Pedro titubeó unos segundos y dio un paso atrás con los ojos entrecerrados.
—Te ruborizas como si nunca antes hubieras visto a un hombre desnudo.
—Mi padre siempre decía que era la maldición de los Chaves. Era pelirrojo y siempre se ruborizaba — sabía que divagaba, pero sin la seguridad que le brindaba el contacto de él se sentía vulnerable—. Mi madre padecía lo mismo, y yo salgo a los dos.
—Sshhh —él silenció las divagaciones al atraerla a sus brazos—. Me gusta —afirmó, e inesperadamente se sintió como un miserable. Paula no sabía casi nada de él, ni siquiera su verdadero nombre. Debía decírselo—. Y tú me gustas —murmuró mientras la abrazaba contra su cuerpo desnudo.
Paula se ahogaba en un millón de sensaciones. No le importaba que la luz siguiera encendida; de hecho, sabía que la imagen de Pedro en toda su desnudez la acompañaría hasta la tumba. Le acarició la espalda y apoyó las manos pequeñas en los glúteos de él. Era como satén y acero, ardiente y duro, y anhelaba conocerlo en su totalidad.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Pedro cuando sintió las manos de ella por la espalda. La alzó en brazos y la llevó hasta la cama, depositándola encima de ella.
Sin aliento, Paula le sonrió, y sus ojos de color zafiro, que brillaban como estrellas, se clavaron en los de él antes de alargar los brazos.
—Mi Pau... —, iba a decir Pedro, pero el esbelto cuerpo desnudo sobre la cama era demasiado—. Dios, sí, Paula —dijo con voz estrangulada. El nombre podía esperar, pero él no.
Con el corazón desbocado, Paula lo tomó por los hombros y cerró las manos en el pelo de su nuca, instándolo a bajar hacia ella.
—Sí -- jadeó él.
La anticipación hizo gemir a Paula mientras él le cubría el rostro con besos diminutos antes de reclamar definitivamente su boca. Mientras la besaba, bajó la mano para acariciarle un pecho. La excitación la impulsó a ella a arquearse contra él con un suave gemido de necesidad. Le clavó los dedos en la piel mientras Pedro le besaba el cuello y llegaba hasta un pecho, para cerrar la boca en un pezón duro, succionándolo y probándolo, hasta que Paula gritó de placer.
Con una lascivia que la sorprendió, su cuerpo respondió a cada caricia. Él era un magnífico espécimen masculino; emanaba virilidad en cada línea de su enorme cuerpo.
Paula jadeó cuando le separó las piernas con una rodilla y sus largos dedos recorrieron el interior de sus muslos. Instintivamente abrió aún más las piernas para dar la bienvenida a las caricias íntimas.
Con gesto dubitativo ella alargó una mano hacia el núcleo de su masculinidad.
Pedro al instante se echó para atrás.
—Paula —pidió. Quería ir despacio. Quería que fuera bueno para ella, el mejor acto sexual que jamás hubiera experimentado. No se preguntó por qué.
—No pares —suplicó Paula con la vista clavada en el rostro de él—. Por favor, por favor —gimió.
Pedro introdujo las manos por debajo de las caderas de ella y la alzó hacia él. La sangre le bullía de tanto que la necesitaba. Sentía un rugido en los oídos que desterró cualquier idea que hubiera podido albergar de ir despacio.
La penetró con una embestida veloz. Paula gritó al sentirse atravesada por un dolor intenso. Durante un segundo, Pedro se quedó paralizado, pero antes de que ella pudiera reaccionar al dolor, con un gemido ronco penetró una y otra vez en su ardiente y lubricado centro, y lentamente el dolor remitió. La euforia se apoderó de Paula a medida que él la elevaba a un destino del que solo había soñado.
Luego, ella le rodeó el cuello con los brazos, saboreando el peso de su gran cuerpo mientras el sonido de la respiración agitada de ambos se iba regulando. No era capaz de encontrar palabras para describir cómo la hacía sentir. Le había capturado el corazón y el alma.
—Te amo —suspiró, y con un murmullo de placer le besó el hombro perlado de sudor, todavía deseando más.
Pedro dijo algo ronco y gutural en italiano, se separó de sus brazos y se levantó de la cama.
—Eras virgen —musitó incrédulo, observándola con ojos entrecerrados—. ¿Por qué diablos no me lo dijiste? —exigió con una furia apenas contenida.
No podía creer que hubiera perdido el control de forma tan completa y quizá haber caído en el truco más viejo del mundo.
Wow, qué caps más intensos!!!!
ResponderEliminarSiiiiiii! Gracias por leer (:
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