Los siguientes cuatro días los dedicaron a recorrer con la moto los lugares hermosos y menos conocidos. Sitios que según Pedro solo conocían los habitantes de la zona.
Paula estaba fascinada y encantada; rieron, bromearon y charlaron. Descubrió que él vivía con su madre al otro lado de Desenzano. Con cada día que pasaba, creció en ella la pasión por Pedro, hasta que al final se reconoció a sí misma que por primera vez en la vida se había enamorado.
Estaba tumbada boca arriba sobre la manta que Pedro había llevado para el picnic. Había elegido un punto hermoso, un pequeño claro herboso al borde del lago. Habían tenido que serpentear con la moto entre los árboles para encontrarlo. Paula se había quitado los pantalones cortos y la camiseta para revelar un disminuto biquini azul y luego correr hacia las frescas aguas del lago perseguida por Pedro. Aún podía sentir la huella del gran cuerpo casi desnudo contra el suyo al abrazarla con sus fuertes brazos y besarla hasta dejarla sin aire.
Giró un poco la cabeza. Pedro estaba tumbado a su lado, con un brazo extendido y el otro debajo del cuello de ella. Observó el lento subir y bajar del poderoso pecho con fascinación. Habían almorzado y en ese momento él daba la impresión de estar dormido, y podía admirarlo a su antojo.
Asombrada, con la vista recorrió su cuerpo sexy, bronceado, con una mata de vello negro sobre el torso que se iba estrechando al bajar por el escueto bañador negro que le cubría el sexo y poco más. Empezaba a lamentar no haberlo invitado a pasar aquella primera noche, porque al día siguiente. Rosa regresó y ya no tuvo oportunidad de hacerlo, y lo anhelaba con un fervor que apenas conseguía controlar.
Inquieta, se sentó.
—¿Por qué ese gestó? —inquirió él con tono perezoso.
Había creído que estaba dormido, pero al observar el brillo oscuro en sus ojos, supo que había estado al tanto del escrutinio de ella, y eso le gustó. El corazón le dio un vuelco y en una reacción espontánea los pezones se le endurecieron contra el leve sujetador de algodón.
Subió las rodillas para rodearlas con los brazos y ocultar todo lo que pudo de su cuerpo, luego clavó la vista en el lago y dijo:
—La familia vuelve mañana —no tenía un motivo real para temer que su relación terminara porque las breves vacaciones llegaban a su fin. Pero lo tenía—. Se puede decir que es el último día de mis vacaciones — intentó sonreír.
—Entonces no debemos desperdiciarlo —indicó él la tomó por los hombros y la hizo girar para tumbarla sobre él, al tiempo que encontraba su boca con extraordinaria precisión—. Ábrela —pidió sobre sus labios, aunque no fue necesario, ya que ella estaba más que dispuesta.
Las manos fuertes de Pedro bajaron por la extensión del cuerpo esbelto, siguiendo la forma de la cintura y las caderas, de los muslos, para volver a subir y asentar una en las nalgas y la otra en el costado de un pecho. Introdujo los dedos debajo del sujetador del biquini y con el dedo pulgar le acarició el pezón, haciendo que ella jadeara sobre su boca mientras el seno se endurecía a su contacto. Paula sintió la reacción instantánea de su cuerpo grande e instintivamente lo acomodó entre las piernas y anheló su dureza masculina en la parte más sensible de su ser. Se retorció encima de él, sabiendo que solo dos trozos de tela la separaban de la posesión que tanto deseaba.
—Dio, te deseo —musitó Pedro—. He de tenerte —contuvo un gemido.
Ella era fuego y luz en sus brazos; la provocativa sensualidad del increíble cuerpo al moverse contra él lo mareó con un deseo descamado y primitivo que apenas pudo controlar. Hacía años que no hacía el amor con una joven al aire libre y sabía que no debía hacerlo en ese momento. Era un hombre conocido, el lago estaba lleno de barcos, quizá incluso de paparazzi, que era lo último que necesitaba. Pero cuando sintió el pecho de Paula henchirse en su mano y la suave e insegura caricia de la lengua de ella en su cuello, estuvo perdido.
La puso de espaldas y le separó los muslos para acomodarse en la cuna de sus caderas, mientras con la mano buscaba la tira del sujetador. Quería darse un festín con su belleza, tocar y probar cada centímetro delicioso de ella. Pero después de besarla con pasión salvaje y hambrienta, lo oyó...
De pronto Paula se encontró mirando el cielo brillante y despejado. Pedro se había incorporado de un salto y con voz baja y furiosa había soltado una serie de juramentos.
Ella se sentó. Pedro se dirigía hacia el borde de la arboleda, al encuentro de un hombre mayor que llevaba una escopeta bajo el brazo. No pudo oír lo que hablaron, aunque de todos modos se sentía muy avergonzada. No había notado la aproximación del anciano.
Terriblemente abochornada por lo que había estado a punto de suceder, se puso de pie. Sin duda, Pedro le había mentido y habían entrado en propiedad privada. Dominada por el pánico, comenzó a recoger las cosas mientras tenía visiones horribles de estar en una cárcel italiana.
—No me lo puedo creer —musitó Pedro con furia al regresar para ponerse los pantalones cortos y la camisa.
—Hemos entrado en propiedad privada, ¿verdad? —preguntó Paula con el rostro acalorado y el pelo revuelto mientras también ella se vestía.
Él esbozó una sonrisa irónica. Acababa de ser sorprendido por el guardia de seguridad que empleaba para vigilar su propiedad y su albergue de caza. Al menos el hombre desempeñaba bien el cometido por el que cobraba, pero eso no le servía de consuelo en su frustración. No por primera vez en los últimos días se preguntó si fingir valía la pena. Pero estaba tan acostumbrado a que las mujeres se arrojaran a sus brazos debido a su riqueza y nombre, que era un cambio positivo ser tratado como una persona comente.
—Lo siento, Paula. Pero esta noche te lo compensaré, lo prometo —había tomado la decisión de que esa noche le contara la verdad. Recogió la manta y la cesta de la comida con una mano y alargó la otra para ayudarla.
Al contemplar la mano que ella tan confiadamente le entregaba, se sintió como un canalla. Realmente era una joven adorable, tanto por dentro como por fuera. Sabía que lo deseaba; era incapaz de esconder sus reacciones. Y también él. Pero no deseaba postergarlo más, de modo que sería aquella noche, ya que al día siguiente se marcharía. Se le acumulaban los compromisos de trabajo, sin mencionar que era el día del regreso de la familia Nara.
Pedro era un hombre de mundo, sofisticado y experimentado, pero no era un hombre acostumbrado a aventuras de una noche... por lo general invitaba a salir tres o cuatro veces a una mujer antes de llevársela a la cama. Tenía que gustarle la mujer con la que se acostaba, y desde luego Paula le gustaba. Además, le apetecía comenzar una nueva aventura, ya que hacía tres meses que había acabado su última relación.
—No te preocupes —comentó ella al verlo detenerse junto a la moto—. No nos han arrestado, y podría haber sido peor. Al menos ese hombre no nos ha disparado, Pedro rió con ganas.
Qué genial este cap!!!! Quiero otro please!!!
ResponderEliminarMuchas gracias!!! En un ratin subo :)!
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