jueves, 16 de enero de 2014

Capitulo 14

-Pero...
-Sin peros. Mañana mismo presentarás tu dimi­sión... de hecho, yo lo haré por ti.
-Aguarda un momento...
-No. En esto no cederé. Siendo mi esposa, no vas a trabajar en un laboratorio.
-Pedro, de verdad, estamos en el siglo vein­tiuno... las mujeres trabajan durante su embarazo. Al­gunas vuelven a hacerlo tres meses después de haber dado a luz.
-Tú no -declaró con obstinación.
Paula sabía que podía exponer sus argumentos, pero realmente no deseaba hacerlo. Había algo muy seduc­tor en que un hombre se ocupara de todo.
-¿No vas a discutir? -enarcó una ceja desconcer­tado.
-¿Quieres que lo haga? -preguntó con suavidad. Increíblemente, empezaba a pensar que quizá había al­guna esperanza para ellos. Lo amaba y en su vientre es­peraba el hijo de Pedro, y él quería casarse con ella. El sentido común le indicaba que lo mínimo que podía hacer era escuchar.
-No. Oh, no. Paula -para sorpresa de ella, se puso de rodillas a sus pies. Le tomó la mano-. Sé que nues­tra relación tuvo un comienzo complicado -comenzó, seleccionando con cuidado las palabras-. Sé que no es la situación ideal en la que deberíamos encontramos. Pero debes estar convencida de que quiero casarme con­tigo, con o sin hijo de por medio, cuanto antes mejor - expuso con voz abrumada por la emoción.
Paula tembló cuando Pedro se llevó la mano de ella a los labios y depositó un beso tierno en la pal­ma, antes de levantar la cabeza y observarla. Era impo­sible dudar de su sinceridad, de la pasión que ardía en sus ojos castaños al mirarla.
-Paula, amor mío, dame una segunda oportunidad -respiró hondo-. No quiero precipitarte a nada que tú no quieras, pero cásate pronto conmigo -suplicó-. Sabes que tiene sentido.
Volvió a rodearla con los brazos e inclinó la cabeza para besarla.
La última hora había estado conduciendo a eso, a lo que ella había temido. Era incapaz de controlar la res­puesta de su cuerpo. «¿Por qué negarlo?», se preguntó, cuando lo deseaba tanto.
-Dio, es tan grato estar contigo. No sabes lo que me haces, cara. Di que sí, Paula.
Durante meses, ella se había estado convenciendo de que se encontraría bien como madre soltera, pero en ese momento se preguntó si sería justo para su futuro hijo. Se le presentaba una elección; él le ofrecía matri­monio, y dos padres debían ser mejor que uno. Ade­más, lo amaba.
En vez del «sí» que temblaba en la punta de sus la­bios, Paula se oyó preguntar:
-¿Quién era la pelirroja?
-Natalie. La mujer de un primo mío americano. Su marido se hallaba en el Lejano Oriente de negocios y yo ocupé su lugar en la cena de beneficencia -expli­có-. Juro que solo en la cena.
Durante largo rato lo miró a los ojos y le creyó.
-En ese caso... -le rodeó el cuello con los brazos, instándolo a regresar junto a ella-. Sí, oh, sí -le pasó los dedos por el pelo negro y sus labios buscaron a cie­gas los de Pedro.
-Me has hecho el hombre más feliz del mundo - murmuró después del prolongado beso.
-El hombre más feliz... -susurró ella, flotando en una burbuja sensual-. ¿Estás seguro de que quieres casarte conmigo? -tenía que preguntarlo. Era como un sueño, y quería pellizcarse para cerciorarse de que era verdad.
-Nunca en la vida he deseado algo con más ardor, salvo quizá hacerte el amor esta noche, como debí ha­cerlo la primera vez. De forma prolongada y lenta, muy lenta.
-Suena estupendo -suspiró y apretó más las ma­nos detrás de su cabeza.
-No, aquí no... en el dormitorio -la alzó en bra­zos, la llevó escaleras arriba y sin titubear entró en el primer dormitorio que encontró. Un vistazo a la cama matrimonial y sintió ganas de depositarla allí. Pero se obligó a ponerla de pie.
Como si despertara de un sueño, Paula permaneció en el centro de la habitación y alzó los ojos. Pedro la sostenía por la cintura y en sus ojos ardía el deseo, pero cuando llevó las manos al bajo de su jersey, se quedó paralizada. De pronto fue muy consciente del cambio físico que se había operado en su cuerpo.
-No -susurró, agarrándole las manos-. No soy la misma -apoyó una mano en el torso de él-. Estoy gorda... mi cintura ha desaparecido -explicó roja de vergüenza.
Pedro quiso reír, pero tuvo la sensatez de no hacerlo.
     -No estás gorda, Paula, estás exuberante y llena con mi hijo. Nunca te había visto más hermosa -tomó la mano apoyada en su pecho y la condujo a la cama. Luego añadió-: Pero si estás nerviosa, puedes desves­tirme primero -la miró a los ojos mientras con rapidez se quitaba los zapatos y los calcetines, y después, irguiéndose, se desprendía con más lentitud de la corbata y desabrochaba los dos primeros botones de la cami­sa-. Ayúdame, Paula -pidió.
Fascinada, olvidó su propia vergüenza y, deslizando las manos pequeñas por el torso, con rapidez le desabo­tonó el resto de la camisa. Él se la quitó y Paula pasó las manos por el pecho bronceado con gran placer.
-Estás ardiendo -murmuró-. Y duro. Pedro estuvo a punto de soltar un gemido. No se equivocaba, estaba tan duro que creía que podría re­ventar. Pero aunque lo matara, se juró que iba a hacerlo bien. Sonrió.
-Y ahora los pantalones -instó.
Ella inclinó la cabeza y con los dedos se ocupó de la cintura, pero titubeó un segundo antes de bajar la cremallera, y con los nudillos le rozó la extensión rígi­da a través de la tela de los calzoncillos.
«Hay algo muy excitante y poderoso en desnudar a un hombre», pensó Paula mientras le deslizaba los pan­talones por las caderas; luego, poniéndose de rodillas, continuó por las largas piernas. Concentrada en su tarea, no vio la mueca de agonía en la cara de él cuando el ca­bello largo le rozó los muslos desnudos y la extensión dura de su erección, apenas cubierta por la seda negra.
Pedro se inclinó y la ayudó a ponerse de pie.
-Ya basta -musitó con voz ronca antes de besar­la-. No puedo esperar mucho más.
Mientras la besaba, metió la mano bajo el jersey y le acarició los pechos con experta ternura. Paula tembló y todo su cuerpo se llenó de calor. Con rapidez, él le sacó el jersey por la cabeza y volvió a reclamarle la boca.
Dio un paso atrás, se quitó los calzoncillos e intro­dujo las manos en la cintura elástica de las mallas de Paula, bajándoselas por las caderas.
-¿No llevas braguitas? -sonrió, pero se le nubla­ron los ojos al mirarla-. Hasta ahora no sabía lo her­mosa que podía ser una mujer -afirmó mientras le es­tudiaba abiertamente los pechos altos y firmes con las puntas rosadas duras, la suave protuberancia del estó­mago, las piernas largas y torneadas y los rizos claros en el centro de los muslos-. Eres la mujer más feme­nina que jamás he conocido -declaró con la respira­ción pesada.





Acá les dejo la maratón! Muchas gracias por su comentarios aca y en twitter (@AdaptadasPyP)! Espero que les guste :)

5 comentarios:

  1. Buenísima la maratón!!!!!! Espero + caps please

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  2. Buenisima la maraton,me encanto!!!

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  3. Ya se termino la maratón ? Los devore ja ja ja tan Linda la nove .. gracias

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  4. hermosa la novela muero por leer el próximo capítulo

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  5. Muchas gracias por todos los coomentarios!!!! Ya subo

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