lunes, 20 de enero de 2014

Capitulo 15

Ella murmuró su nombre y alargó la mano para tocarlo, con una expresión en sus ojos de color zafiro tan antigua como la misma Eva.
Pedro gimió con impaciencia y volvió a levantarla en brazos, para hundirse en la cama con ella.
El contacto pleno de sus cuerpos desnudos mareó de deseo a Paula. La sangre le martilleó en los oídos. Él se irguió encima, llenando todo su campo de visión, e inclinó la cabeza hacia un seno.
Sintió la presión cálida y húmeda de la boca al succionar la punta rígida y gimió suavemente antes de arquearse hacia el placer sensual que le provocaba la boca de Pedro. Plantó las manos en los hombros anchos y clavó los dedos en la carne; cautiva ante la destreza erótica de su lengua y de sus dientes.
Él llevó la mano al suave montículo del vientre de Paula para acariciarlo con ternura, sin dejar que la boca y la otra mano dieran descanso a los pechos.
-Pedro -le suplicó Paula, loca de deseo.
-Despacio, despacio -él alzó la cabeza antes de rozarle los labios con los suyos.
Ansiosa, Paula abrió la boca mientras él bajaba la mano del vientre a los suaves rizos que guardaban su núcleo femenino. Los dedos exploraron entre los pliegues aterciopelados hasta encontrar el calor húmedo, para acariciar y tocar hasta que ella gimió de placer.
- Me deseas -susurró él-. Y yo también te deseo.
Paula le mordió el pecho, salvaje por la necesidad; no entendía ese impulso, pero su boca encontró una pequeña tetilla masculina y la lamió y la besó, mientras clavaba las uñas con más fuerza en la piel de él a medida que los dedos de Pedro seguían la implacable exploración de su cuerpo. El corazón le martilleaba y Paula se retorcía contra su prometido. Lo sintió temblar y gemir y, valiente por la pasión que la dominaba, deslizó una mano por el poderoso cuerpo hasta alcanzar la rígida extensión y cerrar los dedos en tomo a ella.
-No -jadeó él; le agarró la mano y se la apartó-. Aún no; no quiero hacerte daño -se colocó boca arriba y la alzó encima con los ojos dilatados por la pasión-. Confía en mí -manifestó mientras se introducía despacio en el centro dulce y ardiente de su feminidad.
Los ojos azules de Paula se ensancharon y las pupilas se expandieron hasta que casi eclipsaron el azul. De su garganta escapó un gemido mientras Pedro la llevaba hacia él y su boca se alzaba para capturar un pezón duro. Succionó la carne tierna con un gozo ávido que la volvió loca de deseo mientras las manos fuertes que le sostenían la cintura la mantenían justo donde él quería. Paula echó la cabeza hacia atrás con los dedos apoyados en el torso ancho donde clavaba las uñas en su piel mientras con manos y caderas la mecía hasta elevaría a una altura en la que se ahogaba con la inimaginable maravilla de la sensación pura. Él estaba duro y encendido y la transportó al borde mismo del éxtasis, dándole más placer del que jamás había imaginado que existiera. Ella gritó su nombre cuando con un movimiento rápido, Pedro invirtió la posición en la que se hallaban. Durante un segundo la miró desde arriba, y en sus facciones tensas el apetito y la determinación libraban una batalla.
-Esta vez, Paula, esta vez es para ti -afirmó con voz ronca, y volvió a moverse.
La llenó por completo y Paula quedó perdida en una pasión que lo abarcaba todo, una necesidad primigenia que la llevaba a otro plano donde el tiempo estaba suspendido, donde su cuerpo alcanzó la pequeña muerte, el máximo de la pasión humana, en un clímax feroz y convulsivo. Abrió mucho los ojos con expresión de maravilla conmocionada por el asombroso júbilo de la satisfacción realizada. El gemido ronco de placer de él al verter en Paula la simiente que llevaba dentro se mezcló con el grito de ella del nombre del hombre que amaba.
Durante unos momentos lo agarró con fuerza de los hombros, luego acarició con suavidad la piel bañada de sudor.
-Pensé que la primera vez había sido maravilloso, pero... -jadeó, mirándolo a los ojos negros como la noche.
-Sshhh -se deslizó al lado de ella-. Lo sé -con besos suaves en la cara y el pelo, la abrazó con ternura.
-Jamás imaginé... -susurró Paula, quebrando el silencio. Pedro miró sus aturdidos ojos.
-Ahora ya sabes por qué me enfadé tanto la primera vez -comentó con toda la seguridad del hombre que sabe que ha satisfecho a su mujer.
-Porque podía quedarme embarazada -comentó con tensión-. Aunque es algo que ahora ya carece de importancia.
Pedro rió y plantó un beso en la punta de su nariz.
-No, cariño. No me enfureció que fueras inocente, sino, aunque me cuesta reconocerlo, que nunca te di la satisfacción que merecías -declaró con pesar-. Perdí el control. Tú eras demasiado inocente para conocer la diferencia, pero yo no. Fue un golpe para mi ego masculino, así que me descargué en ti, y por eso me disculpo.
-Oh, oh, comprendo -de modo que Pedro, su amante macho, se sentía tan vulnerable como el que más por su comportamiento en la cama. El pensamiento le provocó una sonrisa.
-No fue gracioso en su momento -le mordisqueó el lóbulo de la oreja-. Y te prometo que no volverá a suceder. Para demostrártelo, voy a pasar el resto de mi vida haciéndote el amor -le dio un beso prolongado y apasionado en los labios antes de abrir un sendero erótico por su cuello y pechos, hasta llegar al suave montículo de su estómago.
Paula contempló la cabeza oscura sobre su vientre y quiso creer que había sucedido un milagro y que él la amaba.
-No tienes por qué casarte conmigo -murmuró a regañadientes, sin querer romper la burbuja en la que parecía flotar, pero sabiendo que debía brindarle esa elección.
-Nuestro hijo -le besó la piel sedosa con adoración; se apoyó en un codo y con gesto cuidadoso comenzó a darle masajes en el estómago-, Y sí tengo que casarme contigo, porque no quiero volver a estar lejos de ti jamás.
Paula lo miró a los ojos con el deseo de creerle. Pero no sabía si la deseaba a ella o al bebé.
-Podría ser una niña.
-Niña, niño. No me importa mientras te tenga a ti. Entonces comenzó a hacerle otra vez el amor, con una ternura gentil y seductora, con una habilidad que desterró todos los miedos de Paula y al final la convenció de que la amaba, a medida que volvía a abrumarla por completo.

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