-Discúlpanos, Paula, pero mi hijo y yo tenemos tanto de que ponernos al día, y olvidé que no hablas nuestro idioma.
-Es perfectamente comprensible -repuso y devolvió la taza a la bandeja-. Lo entiendo... -titubeó-...señora Alfonso -no tenía ni idea de cómo tratar a su suegra.
-Oh, por favor. Como vamos a vivir todos juntos, debes llamarme de tú y por mi nombre, Carmela.
-Gracias, Carmela -Paula sonrió.
-De nada, y ahora, si has terminado el té, quizá quieras que Anna te muestre la parte principal de la casa, y luego tu suite -tocó un timbre y en unos minutos la joven apareció en la puerta.
De forma delicada, la enviaban a su habitación. Estuvo a punto de reír en voz alta.
-No, realmente... -comenzó a objetar, pero Carmela la cortó.
-En tu delicada condición, estoy segura de que agradecerás un descanso por la tarde. La cena será a las nueve.
Paula miró con inseguridad a Pedro, convencida de que se opondría a lo que para ella era un despido y de que se ofrecería él mismo a mostrarle la mansión. Pero lo que hizo fue acercarse y ofrecerle la mano para ayudarla a incorporarse.
-Mamá tiene razón. Ve con Anna. He de realizar unas llamadas -le dio un beso fugaz en los labios, la giró hacia la puerta y le palmeó el trasero-. Te veré pronto.
Ocultando su decepción, Paula siguió a Anna mientras le señalaba las muchas salas de recepción. Luego la condujo hacia la gran escalera y por diversos corredores, indicándole los aposentos de Carmela y los contiguos de Micaela. Paula se mostró levemente sorprendida al oír el nombre de Micaela; no se había percatado de que la mujer también vivía allí. La última planta estaba destinada al servicio.
La suite de Pedro se hallaba en el ala oeste de la casa, y se parecía más a un apartamento, aunque sin cocina. Un dormitorio enorme y un vestidor grande, dos cuartos de baño, un salón cómodo y otro dormitorio un poco más pequeño. De pie en el centro del salón, Paula miró en derredor y se animó un poco al ver el fuego que ardía en la chimenea. Era cálido y acogedor. Suspiró aliviada y despidió a la doncella.
Una pared estaba cubierta de estanterías y libros. Había diseminados viejos trofeos y al leer las inscripciones descubrió que eran por regatas ganadas. Alrededor de la chimenea había un sofá grande y dos sillones de piel, y en un rincón un pequeño escritorio, en otro un enorme televisor de última generación...
El dormitorio principal era igual de acogedor, con una enorme cama de roble con dosel. El vestidor tenía armarios en dos lados, varias estructuras con cajones y un hermoso tocador; el mobiliario era grande, aunque los techos altos hacían que todo guardara proporción.
Abrió la puerta de un armario y sonrió; Anna había sacado la ropa de la maleta por ella, y sus prendas estaban colgadas junto a algunas de Pedro. Fue una visión tranquilizadora.
Dos horas más tarde, duchada y con una falda de lana de un azul suave y blusa a juego, se acurrucó en un sillón y empezó a preguntarse adonde habría ido su marido.
Se levantó y fue hacia una de las ventanas con forma de arco; miró el patio y el serpenteante sendero alineado de cipreses, un jardín bien cuidado y, en la distancia, los techos de terracota de un pueblo, todo rodeado por kilómetro tras kilómetro de tierra cultivada. A un lado había viñedos y al otro olivos.
Soltó un suspiró y pegó la frente al frío cristal. Era una estupidez, pero cierto: no había tenido valor para ir a buscar a su marido. La casa era enorme y la primera impresión recibida al entrar había sido de una atmósfera sombría.
Respiró hondo y enderezó los hombros. «Paula, eres una mujer adulta, casada y embarazada, no una tonta adolescente», se reprendió con severidad. No había nada que pudiera impedirle ir a buscar a su marido; giró en redondo. Estaba en el centro de la habitación cuando la puerta se abrió y entró Pedro.
-Lamento haber tardado tanto -le ofreció una sonrisa fugaz-. Pero con todo lo que ha sucedido, últimamente he descuidado el trabajo.
-Lamento ser un inconveniente -los nervios la impulsaron a quejarse.
Pedro se dejó caer en el sofá y alargó la mano.
-Ven aquí, mi pequeña y sensual esposa -musitó, captando la incertidumbre que ella no pudo ocultar-. No tienes por qué sentirte abandonada, pero he de realizar mi trabajo -sentada en la curva del brazo de él, escuchó sus explicaciones-: Aparte de cuando he de ir a Nueva York, por lo general pasó cuatro días aquí contando el fin de semana, en que me ocupó de los asuntos de las propiedades. El resto del tiempo lo paso en mi oficina de Roma. Es evidente que ahora que soy un hombre casado, tendré que reorganizar mi agenda de trabajo, ya que no es mi intención dejarte sola más de lo que sea absolutamente necesario. Puedo trabajar desde aquí y reducir algo mis viajes a Roma.
-¿Por qué molestarte? Podría quedarme contigo en Roma -le regaló una sonrisa deslumbrante; la idea de escapar de la familia de él durante la mitad de la semana ofrecía un gran atractivo.
-No, no seas ridícula -la hizo girar por los hombros para que lo mirara-. En tu condición, necesitas a alguien contigo en todo momento -esbozó una sonrisa satisfecha-. Yo, y en mi ausencia, mamá y Micaela. La situación es ideal.
Paula se quedó boquiabierta. Tenía que tratarse de una broma. Pero antes de que pudiera protestar, él le plantó un beso en los labios y se puso de pie.
-Necesito darme una ducha, carissima, y luego... -los ojos le brillaron con una luz perversa-... podemos disfrutar de un descanso antes de la cena.
buenísimo el capitulo espero leer el próximo capitulo
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