Consternada, se quitó la ropa y se metió en la ducha. Las lágrimas se mezclaron con el agua ¡Qué noche desastrosa!
Tendría que haber imaginado que conocer al hombre de sus sueños era demasiado para ser verdad.
Era un cerdo mentiroso. Suspiró. Conocer la verdad no hacía desaparecer el dolor. Y la única culpable era ella. Se había permitido sucumbir a su aspecto y encanto superficiales, mientras lo único que él buscaba era diversión durante unos días. No le extrañaba que hubiera quedado horrorizado al descubrir que era virgen y que la posibilidad de un embarazo resultaba una amenaza real. La furia y el comentario de un juicio de paternidad cobraban sentido en ese momento. Cuando el conde Maldini se casara, lo haría con una joven italiana, adecuadamente rica e importante, no con una huérfana desconocida como Paula.
Cerró el grifo, salió de la ducha y se secó con vigor el cuerpo. Estaba extenuada, le dolía la cabeza y lo único que deseaba era dormir. Dejó caer la toalla al suelo y entró en el dormitorio. Desnuda, se metió en la cama. Pero el sueño tardó en llegar.
Cada vez que cerraba los ojos, veía la imagen de Pedro... No, del conde Pedro Alfonso. Cuando se repitió por enésima vez el cruel engaño al que la había sometido, los ojos se le secaron y se quedó dormida.
A la mañana siguiente, Benjamin saltó a su cama a las siete de la mañana. La experiencia le indicaba que los padres del niño no se levantarían hasta pasada una hora como mínimo, y después de bañar y vestir a Benjamin y a sí misma, bajó a la cocina.
Quince minutos después estaba sentada a la mesa mirando a Benjamin con una sonrisa indulgente. Era un niño adorable, y verlo disfrutar del desayuno con tanta fruición la ayudó a darle cierta perspectiva a sus propios problemas.
De modo que había dejado que un hombre taimado la sedujera para llevársela a la cama y pudiera disfrutar de una leve aventura con ella. No era la primera mujer del mundo que caía bajo los encantos de un hombre sofisticado, y desde luego no sería la última. Se dijo que lo mejor era añadirlo a su experiencia y continuar con su vida.
Bebió un sorbo de café. Existía la misma posibilidad de que el conde Pedro Alfonso volviera a llamarla como de que el papa se casara.
—Muy bien, jovencito —se levantó—. ¿Qué te parece...? —el teléfono le impidió continuar—. Quédate un momento aquí, Benjamin —se acercó al aparato montado en la pared y descolgó el auricular—. Pronto — respondió al estilo italiano.
—¿Paula? ¿Paula, eres tú? —era imposible confundir la voz profunda y grave de Pedro Alfonso.
Su primer pensamiento fue colgar, pero entonces la furia acudió en su ayuda.
—Sí —espetó—. ¿Quién llama, por favor, y con quién desea hablar? —preguntó con tono jocoso.
—Pedro, y contigo, desde luego —respondió—. Escucha, Paula, entiendo que estés enfadada, pero, por favor, créeme, pensaba decírtelo...
—Al menos empleas tu nombre verdadero —cortó con amargura—. Supongo que debería estar agradecida, aunque por algún extraño motivo no lo estoy. Quizá tenga algo que ver con el hecho de que me fui a la cama con un desconocido, o quizá se deba a la antigua idea de creer en la sinceridad... algo que evidentemente desconoces.
—Escúchame, Paula —exigió Pedro con aspereza; no pensaba aceptar el insulto de su último comentario. Nunca antes habían cuestionado su honestidad—. En ningún momento tuve intención de engañarte. El primer día de conocemos traté de decirte mi nombre y tú me interrumpiste con un «Hola, signar Topher». Sacas conclusiones como un toro embiste la puerta roja de un corral.
—¡Oh, comprendo! De manera que es culpa mía. En toda una semana te fue imposible revelarme que no eres un trabajador del puerto, sino el conde Pedro Alfonso. ¿Por qué sería? ¿Acaso porque te avergonzaba mezclarte con alguien corriente, esnob arrogante? —había estado oscilando entre el dolor y la humillación, pero en ese momento volvía a sentirse airada—. De pronto todos los lugares reservados a los que me llevabas cobran sentido. ¿Y cómo voy a poder olvidar el horror que mostraste al descubrir que no era una mujer con experiencia? Y la desesperada preocupación de que te pudiera plantear un caso de demanda por paternidad.
—No —cortó él—. Detente ahí mismo —la fuerza de su voz impulsó a Paula a obedecer—. Intento ser razonable, pero no me lo pones fácil. Me disculpo por no aclararte lo de mi nombre, pero es lo único por lo que voy a disculparme. Anoche yo estaba preparado para reconocer que éramos amigos, pero volviste a precipitarte y a dejar claro que no quenas que lo hiciera. Seguí tu indicación porque pensé que ese era tu deseo. Tenía razón, pero eso de «amigos» apestaba.
—Es posible. Pero no altera el hecho de que me engañaste acerca de quién eras de verdad —tuvo que esforzarse para mantener la furia, ya que oír la voz de él le aflojaba las rodillas.
—Tal vez, pero soy el mismo Pedro con quien saliste, el mismo Pedro que desea volver a verte el viernes.
«Todavía quiere verme», fue el primer pensamiento que tuvo.
—Pero eres conde. .
—¿Quién es la esnob ahora? —se burló Pedro—. Si a mí no me importa, ¿por qué debería importarte a ti?
En su corazón brilló un destello de esperanza, y durante un segundo analizó la posibilidad. Pero luego
prevaleció el sentido común.
—¿Paula? Paula, ¿sigues ahí? —preguntó él con tono preocupado.
—Sí —respondió, endureciendo otra vez el corazón—, Y ¿desde dónde me llamas? —exigió con sarcasmo— . Desde Génova, adonde se suponía que ibas a ir, ¿verdad? Sin embargo, habría jurado que anoche te vi en Verona.
—El sarcasmo no encaja contigo, Paula. Sé que cometí un error; cuando nos volvamos a ver, te lo explicaré todo. Pero ahora no puedo hablar. He de subir a un avión con rumbo a Nueva York, vuelo que retrasé una semana por estar contigo. ¿Es que eso no cuenta para nada? —no podía creer lo que decía. Prácticamente le suplicaba que le concediera una cita.
—Entonces no dejes que te demore más —no tenía sentido prolongar la agonía; Zaira le había hablado de las innumerables amigas que había tenido. Y aunque no encajara en su estilo de vida, sabía que con el tiempo quería casarse y tener un marido, no ser el juguete de un hombre rico.
—¿Nos veremos el viernes según lo acordado? —carraspeó y contuvo el aliento a la espera de la respuesta.
me encanto los capítulos, por favor hace la maratón me encanta tu novela, espero ansiosa para el próximo capitulo leer
ResponderEliminarMuchas Graciass!!!
EliminarBuenisimos los capitulos,segui subiendo.
ResponderEliminarGraciass!!!
EliminarPor favor subí maratón el jueves, no nos dejes así nena. Buenísima esta historia.
ResponderEliminarMuchas graciass!!!
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