jueves, 13 de febrero de 2014

Capitulo 24

-Felicidades, Paula -alabó Carmela-. Es perfecta, y creo que ahora debería dejaros solos a los tres para que os acostumbréis a ser una familia -y para sorpresa de Paula, se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
-¿Te importa que no sea un niño? -le preguntó a Pedro cuando regresó a la cuna a mirar a su hija como si nunca antes hubiera visto un bebé.
-Claro que no, cara -repuso con orgullo. Sus labios firmes esbozaron la sonrisa más magnífica que Paula había visto jamás-. El siguiente probablemente sea un chico.
-¿Cómo se encuentra la mamá? -preguntó el doctor Credo al entrar y situarse junto a la cama. Sujetó la muñeca de Paula y le tomó el pulso.
-Bien -le sonrió mientras la enfermera le colocaba otra almohada a la espalda.
-Estupendo. Antes nos asustó. Tres semanas de antelación... bueno, en realidad una, ya que dos semanas a ambos extremos de la fecha establecida es aceptable. Pero me alegra decir que el bebé es perfecto. Usted, por otro lado, va a tener que cuidarse. Después del nacimiento sufrió una pequeña hemorragia, de modo que la mantendremos aquí una semana -le soltó la muñeca y se volvió hacia Pedro, a quien se llevó al otro extremo de la habitación para hablar con él en voz baja.
Cuando el doctor y la enfermera se marcharon, regresó despacio al lado de Paula. Sentía un nudo en la garganta. Contuvo las lágrimas y ocultó sus pensamientos.
-Mira, Pedro, está comiendo -murmuró Paula, que quería compartir ese momento mágico-. ¿No es preciosa?
Él alzó los párpados y no intentó esconder la humedad en sus ojos.
-Sí, las dos lo sois -se sentó en la cama junto a Paula y con un dedo acarició con suavidad la mejilla de la pequeña, la curva del pecho de ella.
Contempló a madre e hija y en silencio dio gracias a Dios porque estuvieran bien, y no era gracias a él. La información que le había dado el doctor Credo lo había sacudido hasta el alma. Desconocía que la madre de Paula hubiera muerto al dar a luz, aunque se castigó diciéndose que jamás lo había preguntado. Al parecer el médico se había enterado al ponerse en contacto con la doctora de ella en Inglaterra para pedirle el historial de Paula. Le aseguró a Pedro que no era algo genético. Pero eso no hizo que él se sintiera mejor.
-¿Quieres sostenerla? -alzó la cabeza después de taparse el pecho, con expresión llena de felicidad. Rió entre dientes al observar el destello de miedo en los ojos de él-. Vamos, no te morderá -miró mientras con sumo cuidado Pedro la tomaba en brazos-. Tiene el pelo de mi padre, pero es innegable que saca tus ojos. Pensé que podríamos llamarla Anna Louise. Tú elegiste Alfredo para un niño y yo dije que me tocaba elegir a mí si era niña. ¿Qué te parece? Anna en honor de Anna, que ha sido una buena amiga para mí y que anoche fue de extraordinaria ayuda, y Louise por
mi madre.
-Anna Louise es perfecto -aceptó Pedro, que no podía poner objeción a que su hija recibiera el nombre de una criada, cuando dicha criada era la única amiga que Paula había hecho en su breve matrimonio. Él había estado de fiesta la noche anterior cuando ella lo había necesitado. En sus treinta y un años de vida nunca se había sentido más fuera de lugar... una experiencia nueva. Pero en silencio se juró que a partir de ese momento su principal prioridad serían su esposa y su hija.
Entró la enfermera, que le quitó la pequeña a Pedro y la depositó en la cuna.
-Descanse, señora Alfonso -dijo, ahuecándole una almohada.
-Sí -Paula suspiró-. Estoy cansada -los párpados le pesaban. Sonrió al sentir los labios de Pedro en los suyos-. Qué agradable -murmuró, y se durmió.
Cuando tres horas más tarde despertó, comenzaron a llegar las flores, y por la noche la enfermera se quejó de que estaban quedándose sin jarrones. De Pedro recibió docenas de rosas rojas; la tarjeta simplemente ponía: Gracias, mí amor. Del personal, de amigos... la mayoría de los cuales, Paula no conocía.
Fue la semana de su vida. Pedro la visitaba noche y día y le regaló un exquisito brazalete de diamantes. Una mañana llevó consigo a Anna, lo que encantó a Paula, y otro a Olivia, lo cual no le gustó. Cuando Pedro hablaba con la enfermera, su cuñada le soltó:
-Ni siquiera pudiste hacer esto bien... queríamos un niño.
Paula no le prestó atención; se sentía muy feliz. Fue a verla Zaira Nara y le comunicó que volvía a estar embarazada, y las dos acordaron, con el acuerdo tácito de Pedro, dedicar unos días a ir de compras cuando el bebé fuera un poco mayor.
El sábado siguiente, Pedro entró a media mañana. Estaba sensacional con unos pantalones y una camisa de color beige, y un jersey sobre sus hombros anchos.
-¿Lista para irte, Paula? -preguntó.
-Sí -se puso de pie-. Aunque no sé qué te parece este vestido -indicó de pronto nerviosa. Era uno que le había regalado Zaira, de seda salvaje de color verde menta, ceñido y abotonado por la parte frontal, desde el escote un poco pronunciado hasta el bajo. A ella le había parecido algo corto y prieto.
Él le rodeó la cintura con un brazo y le sonrió.
-Estás perfecta -murmuró, besándola.
Paula se quedó aturdida y tuvo que contener una oleada de deseo. Acababa de tener un bebé; había pensado que de algún modo eso establecería una diferencia, pero no era así.
-Vamos, el coche, el cochecito del bebé... todo te espera, y tengo una sorpresa para ti -le sonrió y volvió a besarla-. Pero primero la enfermera ha de sacar al bebé del hospital y yo firmar tu alta.
Se detuvieron en la recepción y Paula aguardó con impaciencia mientras Pedro terminaba el papeleo. Miró en su dirección, ya que parecía tardar demasiado. Cuando regresó, había dejado de sonreír y parecía extrañamente sombrío.
-¿Sucede algo? -preguntó, con miedo a no poder dejar el hospital todavía.
Se le contrajo un músculo junto a la boca seria.
-No, nada.
Pero cuando el coche se detuvo ante la mansión, Paula había fracasado en aferrarse a su optimismo. Apenas habían hablado una palabra, y fue un Pedro silencioso y austero quien la ayudó a entrar en la casa con la pequeña Anna.
Allí los esperaba el comité de recepción. Carmela, Olivia y el personal... todos miraron a la pequeña. Hasta que Pedro tomó la cuna portátil en una mano y con la otra a Paula del brazo.
-Te llevaré arriba.
Unos minutos más tarde, se hallaba en el centro de un habitación infantil, abastecida con todo lo que pudiera querer o necesitar un bebé. Pedro, con asombrosa eficacia, había depositado a la pequeña dormida en una cuna, y al erguirse señaló una de las dos puertas que había en la pared.
-Por ahí hay un dormitorio con cuarto de baño particular para la niñera y otro cuarto de baño.
-Es precioso -miró las paredes, pintadas con un paisaje lleno de animales. Cuando sus ojos al final llegaron hasta la figura del mural, se dio cuenta de que era Little Miss Muffet. Contuvo una exclamación al ver a la enorme araña. No supo qué decir...
-Mientras tú creías que se estaban decorando los cuartos de invitados, se preparaba esta habitación, que conecta con la nuestra. Fue idea de Olivia mantenerla en sorpresa.
Con cinismo pensó que la araña tendría que haberle indicado que Olivia había participado en ello.
-Sí, es una agradable sorpresa -se acercó a la cuna y le sonrió al bebe dormido-. Aquí estaremos bien, ¿verdad, cariño? -se irguió y volvió a mirar a Pedro-. Creo que miraré el resto luego; no me vendría mal echarme un rato -intentó sonreír, pero no lo consiguió del todo mientras cruzaba hacia la puerta que conectaba con su antiguo dormitorio.
-Aguarda, Paula -unos dedos largos se cerraron en tomo a su brazo-. Mamá ha preparado unas entrevistas esta tarde para elegir a una niñera... es obvio que tú querrás tomar parte en la selección -la escrutó con ojos impasibles.
-No -repuso con tensión-. Dejemos una cosa clara desde ahora; no pienso dejar que mi bebé sea cuidado por una niñera, hasta que pase bastante tiempo... si es que alguna vez lo acepto -en ese punto se iba a mostrar inflexible-. ¿Está suficientemente claro para ti?
-Sí. Mensaje recibido. A tus ojos no puedo hacer nada bien -explotó de pronto-. ¿Por qué no me dijiste que el sábado era tu cumpleaños? Jamás lo habría sabido si al firmar tu alta la enfermera no me hubiera comunicado que si hubieras dado a luz una hora antes, Anna y tú habríais compartido el mismo cumpleaños. ¿Tienes idea de lo mal que me hace sentir eso?
-Ni la mitad de mal que me sentí yo -respondió ella con apagado sarcasmo.
-No necesito que me lo recuerdes. ¿Imaginas por un segundo que te habría dejado sola en tu cumpleaños o que no lamento haberme perdido el nacimiento de nuestra hija?
-Si tú lo dices -la pequeña dormía a menos de un metro y no quería discutir. Oyó que él contenía el aliento y apoyó una mano en su brazo-. Lo siento, pero di por hecho que sabías que era mi cumpleaños cuando solicitaste nuestra licencia matrimonial. Y te llevaste mi pasaporte -justificó el razonamiento, pero al ver su expresión sombría, cambio de enfoque-. Yo sé que tu signo es leo, que naciste el tres de agosto - intentó aplacarlo-. No discutamos por ello.
-Tienes razón. Debí saberlo. Te compensaré -la tomó por los hombros y la acercó. Le dio un beso-, No te merezco.
Paula alzó las manos y le rodeó el cuello, y experimentó un anhelo casi insoportable de volver a estar en sus brazos, de sentir el cuerpo duro y musculoso contra el suyo sin el inconveniente de un vientre hinchado.
-No, no me mereces, pero me tienes -bromeó. Él no rió, pero se inclinó y dejó que su lengua se metiera entre los labios entreabiertos en una invasión erótica que la derritió y la hizo temblar.
-Ah, Paula -susurró Pedro con voz ronca-. No sabes lo que me haces.
La dureza de su cuerpo le disparó la imaginación y supo lo que le gustaría hacerle.
-Ohh, lo siento -rió Olivia-. Estaba impaciente por enterarme de lo que le había parecido a Paula la habitación.
-Le encanta -los brazos de Pedro se separaron de Paula-. ¿Verdad, cara?
-Sí -retrocedió con el cuerpo rígido y miró a Olivia-, es estupendo -en ese momento la salvó Anna, que se puso a llorar-. Si me perdonáis, Anna tiene que comer -fue a la cuna y la alzó en brazos.
-Deberías alimentarla lo antes posible con el biberón -indicó Olivia-. De ese modo, cualquiera podría dárselo.
Haciendo caso omiso del comentario de la otra, Paula se sentó en la silla y a los pocos minutos, Anna succionaba con codicia su pecho.
Pedro observó a madre e hija con los ojos clavados en el pecho de Paula. Sorprendentemente, sintió un aguijonazo de algo parecido a celos. Quería estar en el lugar de Anna y su cuerpo le advirtió de que era mejor irse pronto de allí.
-He de irme -anunció de forma escueta. Al quedarse sola con el bebé y sus pensamientos, unas alarmas sonaron en su cabeza. Se preguntó en qué clase de mujer se había convertido. ¡Aplacar a Pedro a cualquier precio! ¡De hecho, disculpándose ante él porque él hubiera olvidado su cumpleaños! Temerosa de decir lo que pensaba salvo en los temas más inocuos, por si lo ofendía a él o a su familia. ¿Qué clase de ejemplo de mujer iba a ver su adorable hija?
 
Cuatro semanas más tarde, inquieta e incapaz de dormir, Paula se levantó de la cama. Miró fugazmente a la puerta que conectaba con el dormitorio que ocupaba Pedro y durante un momento sintió la tentación de ir a su lado. Pero él había decretado que no dormirían juntos hasta que el médico les diera el visto bueno a las seis semanas. Le había regalado un collar de diamantes a juego con el brazalete como tardío obsequio de cumpleaños, también un coche para su uso personal, y era bueno con Anna... cuando estaba presente. Que no era a menudo.
Se dirigió a la habitación de la pequeña. La teche del pecho comenzaba a retirársele, y la enfermera le había sugerido que la complementara con leche maternizada, pero a la niña no parecía gustarle mucho. En silencio, abrió la puerta y la conmoción la mantuvo rígida durante un segundo.
Olivia tenía a Anna en brazos y la alimentaba con un biberón.
-¿Qué diablos crees que estás haciendo?
-Practicar para cuando tú no estés -la miró. Al arrebatarle el bebé, Paula temblaba de ira. En ese momento supo por qué Anna no se alimentaba bien de ella.
-Lárgate y mantente alejada de mi pequeña -espetó.
-¿Tu bebé? -se mofó Olivia-. ¿Es que aún no lo has comprendido? Pedro va a dejarte en cuanto pares de darle el pecho y nosotros vamos a ser una familia. ¿Por qué crees que tu así llamado matrimonio fue solo una ceremonia civil en Inglaterra? Ni siquiera tendrá que divorciarse de ti para casarse conmigo por la iglesia, vaca estúpida -con esas palabras se marchó.
Paula intentó convencerse de que no eran más que delirios de una mujer algo chiflada. Pero en lo más hondo no terminó de creérselo. Había tragado con muchas cosas para estar con Pedro, pero cuando se tratara de su hija, lucharía como una tigresa.

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