martes, 18 de febrero de 2014

Capitulo 26

-Hombre grande -dijo la pequeña-. ¿Quieres hacer un castillo de arena?
Pedro bajó la cabeza y de inmediato se puso en cuclillas con gracia felina.
-Anna, ¿verdad? -musitó. A los ojos de Paula, la transformación que sufrió su rostro duro fue milagrosa. Le sonrió a la niña-. Me encanta hacer castillos de arena, Anna -alargó una mano no muy firme para tocar el pelo rojo fuego que enmarcaba el rostro angelical. Dos pares idénticos de ojos castaños se encontraron y fusionaron. Fue atracción instantánea.
Paula vio sonreír a Annalou y sintió un nudo en la garganta que amenazó con ahogarla.
-Me llamo Anna Louise Hope, pero todo el mundo me llama Annalou -corrigió ella con seriedad.
Pedrole lanzó una mirada a Paula que habría fundido acero. Pero la cara que se volvió hacia la niña fue gentil.
-Entonces te llamaré Annalou -sonrió-. Y tú puedes llamarme papi.
Paula se quedó atontada por la abierta admisión de él.
Annalou lo miró con ojos muy abiertos y animados.
-¿Tú eres mi papi? -comenzó... luego miró a Paula-. ¿Mami? -solo una palabra, de pronto insegura por primera vez en su vida.
Pedro la observaba como una gran pantera negra lista para saltar. Contempló el rostro ceniciento y los ojos horrorizados.
-Cuéntaselo, Paula -instó con tono sedoso. Paula apenas era capaz de juntar dos pensamientos coherentes, menos aún de armar una frase. Annalou no había notado la ausencia de un padre en su vida hasta que había empezado en el parvulario después de la Semana Santa. Paula le había contado que vivía lejos, sin explayarse más. Pero en ese momento supo que no tenía escapatoria. Se agachó en la arena junto a su hija.
-Sí, cariño -de forma instintiva le pasó un brazo protector por los hombros-. Este... -vio el desprecio en los ojos de Paula y tartamudeó-. Él... quiero decir, este hombre es tu papá.
Annalou escapó del brazo de Paula y se lanzó a Pedro.
-Eres mi papi de verdad -y con lógica infantil, añadió-. El tío Tom tuvo que irse al cielo, así que te envió a tí.
Pedro cerró los brazos en tomo a la pequeña y la pegó a su ancho pecho.
-Algo parecido -por encima de la cabeza de la niña le lanzó una mirada de odio puro a Paula; se levantó con Annalou en brazos y añadió-: Pero, a diferencia de tu tío Tom, yo voy a quedarme contigo para siempre -prometió, dándole un beso en la mejilla que Annalou le devolvió. Con ojos entrecerrados, estudió la palidez de Paula con una especie de sombría satisfacción-. ¿No es verdad, mami?
Paula se puso de pie; había palidecido incluso más al asimilar el horror de lo que él acababa de decir. Había escapado de Pedro en una ocasión, pero él nunca más iba a cometer el mismo error. Al menos no en lo referente a su hija.
-¿Mami? - Annalou la miraba con expresión expectante, a la espera de que su madre confirmara la maravillosa noticia.
De repente, Paula se sintió dominada por una espantosa sensación de culpabilidad, mezclada con un arraigado temor por el futuro. Pero no podía hacer otra cosa que asentir...
Horas más tarde, construido ya el castillo de arena, Paula había sido incapaz de evitar llevar a Pedro a su hogar. Tom le había dejado la casa en el testamento, junto con su dinero... ¡que era el que quedaba del de ella! Tom había vivido de su pensión, cancelada al morir. Paula le había estado dando vueltas en la cabeza a lo que podía hacer, pero en ese momento la preocupación se vio reemplazada por el temor mayor de quedarse a solas con Pedro.
-Léeme un cuento, papi -pidió Annalou después del baño y una vez metida en la cama-. Por favor.
Paula experimentó una punzada de celos ante la velocidad con la que su hija había caído bajo el hechizo de Pedro. Pero entonces lo miró a él, con el pelo revuelto y sonriéndole feliz a la pequeña, y dudó de que alguna mujer pudiera escapar a su embrujo. Cerró los puños. Debía salir de ahí; la tensión que había vibrado entre los dos toda la tarde la estaba volviendo loca.
-Buenas noches, cariño -se inclinó y le dio un beso en la mejilla, cerciorándose de que evitaba todo contacto con Pedro-. Dejaré que papá te arrope.
Abandonó el cuarto casi a la carrera y bajó las escaleras. Al entrar en la cocina, se dedicó a recoger la mesa. Lavó los platos, limpió los bancos... todo lo que la mantuviera ocupada y no la dejara pensar. Pero cuando ya no tuvo nada para hacer, regresó al salón y se acercó al ventanal que abarcaba casi una pared entera. Se quedó quieta como una estatua y contempló la arena y el mar.
Había sido tan feliz... no, había estado contenta allí. Si en ese momento tuviera a su lado a Tom. Se secó una lágrima perdida. Él sabría qué hacer. Sabría cómo manejar a Pedro. Irguió los hombros y respiró hondo. Había madurado mucho en los últimos años; ya no era la joven ingenua y embarazada que saltó de alegría al escuchar la petición de matrimonio de Pedro, halagada de que hubiera contratado a un detective para localizarla.
-Un escondite espectacular -se burló una voz ronca a su espalda.
Se sobresaltó como si hubiera oído un disparo, ya que no se había percatado de su presencia.
-¿Cómo me encontraste? -giró en redondo para enfrentarse a él-. Otra vez unos detectives -se burló.
-Tu amigo Tom me escribió y me lo contó -explicó con ojos entornados.
Fue la respuesta que más daño podía hacerle. Lo miró con ojos muy abiertos y llenos de dolor.
-No. No te creo -Tom jamás habría traicionado su confianza.
-Como quieras -se encogió de hombros. Fue a sentarse en un sofá de piel y estiró las largas piernas-. Ya poco importa. Aunque he de felicitarte por realizar un estupendo trabajo. Al principio lo achaqué a una depresión posparto, y lo hablé con el doctor Credo. Pero no... Saliste de su consulta en perfecto estado, con un suministro de píldoras anticonceptivas para seis meses.
Se ruborizó cuando le recordó su mentira.
-Eres una gran actriz. Me quito el sombrero - continuó con cortante cinismo-. Gasté una fortuna en contratar a los mejores detectives, y no fueron capaces de encontrar rastro de ti después de que dejaras aquel hotel de Londres. Tienes una familia notable... creo que a lo más que llegaron fue hasta un primo segundo por parte de padre en Bristol. Tu madre fue criada en un orfanato. Fuiste increíblemente afortunada de haber recurrido a Tom, mi querida esposa -hizo una mueca helada-. O jamás lo habrías conseguido.
Incómoda, lo escuchó y frunció el ceño. Pedro acertaba en todos los detalles sobre su familia, por lo que no había motivo para que le mintiera acerca de Tom. Horrorizada, supo que decía la verdad. De pronto sintió las piernas flojas y fue a sentarse en el sillón más cercano.
-¿Cuándo te escribió? -preguntó en voz baja.
-Hace diez días, al parecer desde su cama en el hospital. Pero recibí la carta anoche. Sabía que iba a morir, de modo que me escribió para informarme de que, aunque te quería como a una hija, ya no podía cuidar de ti. También dijo que era hora de que yo cuidara de los míos -enarcó una ceja con sarcasmo.
-Te has asegurado esa oportunidad al soltar que eras el padre de Annalou -declaró con amargura-. Podrías haberle creado un trauma -añadió.
En un abrir y cerrar de ojos, Pedro se levantó del sofá y la levantó por los codos. La transformación fue increíble; tenía la cara tan tensa de furia que Paula temió por su seguridad.
-¡Tú te atreves a decírmelo a mí! ¡Tú, que la privaste de su padre durante tres años! Que me privaste a mí de mi hija. Para sustituirme por tu amante, Tom.
-No. No -gritó, aturdida por su razonamiento-. Suéltame -intentó apartarle las manos-. No fue así. Él la sujetó con más fuerza.
-Sí, lo fue, mi hermosa y traicionera esposa. No me tomes por tonto... esta casa solo tiene dos dormitorios -soltó con los dientes apretados, acercándola más a su cuerpo.
-Hay dos camas; comparto una con Annalou.
-Por las apariencias, no lo dudo -rugió-. Y esta noche yo la compartiré con Anna Louise. Dio, incluso has privado a mi hija de su nombre, y yo... yo, su padre... tengo que oír cómo me informa de que siempre la llaman Annalou. Cuando hoy te vi en la playa, tuve ganas de matarte. Me has hecho pasar por tres años de infierno. Pero no merece la pena que pierda mi libertad por ti. A cambio, me voy a asegurar de que sufras lo mismo que yo he sufrido.
-¡Hacerme sufrir! -estalló ella-. Lo hiciste desde el día en que nos casamos. Nunca me quisiste, lo único que buscabas era un hijo de mí. Ni siquiera intentaste ponerte en contacto conmigo hasta que no descubriste que estaba embarazada. Y aun así...
-Me dejaste plantado -cortó implacable-. Yo no voy detrás de ninguna mujer.
Era el mismo imbécil arrogante de siempre.

1 comentario: