-Exacto -soltó con burla-. Como decía, solo buscabas un hijo de mí. Es asombroso hasta dónde eres capaz de llegar, incluso a casarte conmigo, por esa maníaca de Micaela a la que tanto amas. Me mantuviste en ese gran mausoleo de casa como una maldita yegua de crianza; jamás creíste una palabra mía, para ti Micaela y tu madre no pueden equivocarse ni hacer el mal.
Él le tomó el mentón con una mano y le echó la cabeza atrás.
-¿Te atreves a culparme a mí? -replicó-. Te di todo lo que podía querer una mujer, y tú me pagaste huyendo con mi hija.
-Me diste todo menos tu apoyo -«menos tu amor», estuvo a punto de añadir, pero se contuvo a tiempo.
-Lo tuviste, si hubieras pedido más, te lo habría dado. Pero, no, ¿quieres que te diga por qué huíste? - soltó una risa dura y cínica-. Porque con tu habitual actitud infantil, prestaste atención a los rumores y sacaste un montón de falsas conclusiones. Te dije que nunca había querido a Micaela aparte de cómo a una hermana con mala salud y necesitada de ayuda, pero tú elegiste no creerme -apretó los dedos casi con crueldad en su mentón y ella trató de desviar la cabeza-. Mírame -exigió, y ella obedeció, consciente de pronto del roce de los muslos contra los suyos, de la proximidad del cuerpo grande-. Podré haber cometido errores como marido, pero nunca merecí lo que me infligiste, la pérdida de mi hija.
«Quizá no», pensó, pero por encima de todo sabía que él mentía. Lo había visto con Micaela en brazos, y lo había oído.
Él la miró y la atmósfera cambió sutilmente. Sonreía y los ojos duros le brillaron con una luz diabólica al decir con voz sedosa:
-¿Pero sabes lo que de verdad me irrita? Durante tres años me he torturado preguntándome si estabas bien, mirando la única fotografía de mi hija en su primer cumpleaños que te dignaste enviarme desde Londres, sin posibilidad de rastrearla -le acarició la mejilla mientras la otra mano se cerraba alrededor de su cintura-. Muy inteligente. Entonces descubro que tienes un amante... el «tío» Tom -espetó con voz llena de amargo desdén.
-No-lo vio demasiado tarde en los ojos de él. Lo sintió en la dura extensión del cuerpo pegado a ella-. No, Pedro -gritó, pero él le tomó la boca y se sintió avergonzada por el increíble apetito que la sacudió hasta las profundidades de su ser. «No», gritó su mente mientras los labios se abrían a la salvaje invasión.
-Me debes tres años -soltó él mientras bajaba a su cuello y luego al hombro.
-No -Paula tembló cuando sintió la mano que se deslizaba por el interior del corpiño del vestido para coronarle el pecho, y al contacto el deseo la dominó con una velocidad que la asombró. El olor y el sabor de él eran como una droga para su cuerpo sensualmente privado.
Sabía que debería detenerlo, pero en ese momento los dedos de él pasaron por los pezones rígidos y la anegó una oleada de calor. Le rodeó el cuello con los brazos. La bajó al suelo con los labios sobre el cuello, el hombro, con la rodilla entre sus muslos.
Pedro la observó; tenía el vestido alrededor de la cintura, y un trozo de encaje era lo único que lo separaba del núcleo encendido de Paula Bajó el vestido por los brazos e inclinó la cabeza para succionar un pezón rígido.
Paula cerró los ojos y un gemido ahogado de consternación y deseo escapó de ella. Sintió la mano que subía por su muslo, los dedos largos que se metían debajo del encaje y se lo arrancaban. La mano se curvó alrededor de los rizos rubios que coronaban el vértice de sus piernas y los dedos largos comenzaron a explorar de forma íntima la piel aterciopelada. Estaba ardiendo y húmeda y temblaba de necesidad, un deseo tan doloroso que gritó el nombre de él. Y a partir de ese momento quedó perdida en su propia respuesta febril ante la pasmosa pasión que Pedro evocaba en su cuerpo, que llevaba demasiado tiempo en un estado de celibato.
Él se incorporó, besó la punta de cada pecho y con destreza se desabotonó el pantalón. Luego metió las manos debajo de ella y la alzó para que aceptara el embate duro de su virilidad y se enterró en el corazón encendido y estrecho de la feminidad de Paula.
En esa unión no hubo nada tierno o gentil. Fue como si dos cuerpos se ahogaran en una voracidad salvaje y primitiva, acariciándose y sosteniéndose con manos y bocas hasta que el de ella fue el primero en convulsionarse, en una agonía de exquisito placer, seguido por Pedro, cuyo cuerpo grande tembló con la fuerza de la liberación. Durante largo rato permaneció con el rostro enterrado en la curva suave del cuello y el hombro de Paula, luego, con una violenta maldición en italiano, se apartó.
Paula entendió el juramento y lo oyó arreglarse la ropa, el ruido metálico de la cremallera. Tembló, no de frió, sino de vergüenza.
Pedro se puso de pie y se mesó el pelo revuelto. «Maldita sea», se dijo, «no tendría que haber pasado». Contempló el rubor de ella y la posición de abandono de su cuerpo esbelto e hizo una mueca. Pensó que en una ocasión había sido suya y se preguntó cuántos hombres habrían probado su dulzura.
-Podrías ganar una fortuna como estrella porno. Ponte en una postura recta, por el amor del cielo -soltó con voz tan fría como el hielo.
Pálida, Paula se subió el corpiño del vestido, se bajó la falda, recogió las braguitas rotas y, sin prestarle atención a Pedro, fue a la cocina a tirarlas al cubo de la basura.
Como una zombie, fue a poner agua al fuego. Sacó una taza de un armario y le echó una cucharadita de café instantáneo. Con las manos apoyadas en la encimera y la cabeza gacha, aguardó a que hirviera. En ningún momento dejó de preguntarse qué había hecho. No podía creerse que se hubiera entregado a Pedro con tanta rapidez, sin inhibiciones. «Tres años», gimió en silencio, pero para su traicionero cuerpo podría haber sido el día anterior. Nada había cambiado.
«Sí ha cambiado», se corrigió. Se irguió y vertió el agua en la taza. Ella había cambiado... era una mujer más fuerte; criar a una niña sola le había enseñado mucho. Con roano temblorosa se llevó la taza de café a los labios, y después del primer sorbo se sintió un poco mejor. Al menos se había quitado el sabor de Pedro de la boca. Si le resultara tan fácil desterrarlo de su vida.
-Buena idea. Prepárame uno -ordenó Pedro.
Paula giró al oír la voz, a punto de decirle que se lo hiciera él, pero la cautela la detuvo. Tenía que ganar un argumento más complicado que el de quién debía hacer el café. Se había sentado a la mesa de la cocina y la observaba con ojos impenetrables.
-Solo, con un terrón de azúcar, ¿verdad?
-Lo has recordado -convino con una ceja enarcada.
-Algunas cosas son difíciles de olvidar -musitó, girando para sacar otra taza del armario.
-Sí, es gratificante saber que aún puedo hacerte arder y gritar «mi nombre» -recalcó-. Hace que el futuro sea más fácil; nunca me ha gustado un matrimonio célibe.
Comprendió que él había leído sus peores temores; la boca reseca le impedía hablar. Sirvió agua en la taza. Bajo ningún concepto pensaba reanudar su vida de casada con Pedro.
-Por lo que he visto, Annalou parece ser una pequeña feliz y equilibrada.
El cambio de tema la hizo suspirar aliviada, pero el alivio duró hasta mirarlo a la cara y ver el destello de triunfo burlón que había en ella y que le provocó un escalofrío.
-Sí, lo es -repuso con voz seca, y se acercó para dejar la taza delante de él-. Y es muy feliz aquí. Tiene un montón de amigos -si pudiera convencerlo de que le concediera el divorcio, no le importaría concederle derechos de custodia.
-Este lugar parece un hogar para vacaciones. Tengo entendido que ahora es tuyo -bebió un sorbo de café antes de añadir con suavidad-: Supongo que Annalou podrá pasar algunas vacaciones aquí y mantener el contacto con sus amigos.
-¡Algunas vacaciones! -exclamó ella-. Vivimos aquí.
-Ya no... mañana a primera hora nos vamos a Italia.
Era lo que había esperado desde el momento en que lo vio en la playa, pero aun así la conmocionó. Retrocedió hasta apoyarse en la encimera.
-No, Annalou y yo nos quedamos aquí -aunque por dentro temblaba, debía mantener el control y mostrarse convincente-. Pero estoy preparada para ser razonable. Podemos conseguir un divorcio rápido y compartir la custodia de la pequeña. Puedes visitarla siempre que lo desees.
-¿Has terminado? -quiso saber con ojos helados-. Bien. Porque pienso llevarme a mi hija de regreso a Italia. Cualquier visita la decidiré yo.
-No puedes hacer eso. No te lo permitiré -no pudo esconder el leve temblor de voz-. Bajo ningún concepto permitiré que Annalou esté cerca de Micaela sin mí.
-Pues ve con ella.
-No -instintivamente negó la posibilidad-. Y no puedes llevarte a Annalou sin mi permiso -afirmó, aunque no se lo creía. Sabía muy bien que Pedro era un hombre que conseguía lo que quería.
-Contigo en la cárcel, no tendré problemas.
-¡La cárcel! -¿de qué demonios hablaba?
Dejó la taza y se levantó con una sonrisa cruel en la cara.
-Hice que comprobaran a Paula nada más recibir la carta. Un hombre me esperaba en el aeropuerto de Exeter cuando llegué hoy para darme los detalles. Eres una viuda respetada con una hija, que durante los últimos tres años has estado trabajando para una tal Ellen Jones, propietaria de un gimnasio. ¿Correcto?
Paula de pronto supo adónde quería llegar.
-Mi vida privada y dónde trabajo no son asunto tuyo -espetó.
-Tal vez no, pero me pregunto qué pensará Hacienda al saber que trabajas y cobras dinero negro - rió sin humor-. La evasión de impuestos es un delito serio, en algunos casos se paga con una estancia entre rejas.
Aturdida, Paula solo pudo mirarlo fijamente. El le devolvió la mirada con sarcasmo.
-Yo no me preocuparía mucho -continuó-, sería tu primer delito. Desde luego, la pobre Ellen Jones también estaría metida en problemas. Y no olvidemos al amable doctor, un amigo de Tom, que, sin que tú le presentaras ninguna identificación legal, te ha atendido de forma privada y ha vacunado a mi hija. Él también sufrirá.
Paula se puso rígida de furia y soltó fuego por los ojos.
-¡Eres despreciable! -gritó-. ¿Harías daño a personas inocentes, a mis amigos, con tal de vengarte de mí? -movió la cabeza con incredulidad.
-No es necesario -contrarrestó-. Es una decisión tuya, Paula. Puedes ir con Annalou y conmigo a Italia o quedarte aquí y enfrentarte a las consecuencias -la miró divertido-. Sea como fuere, yo recupero a mi hija.
ayyy nooo!!! pobre pau ojala pedro no la siga lastimando.
ResponderEliminarNO me gusta como la trata Pedro a Pau, x favor que cambie de actitud.
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