lunes, 10 de febrero de 2014

Capitulo 23

-Hola a ti también -murmuró Paula, cerrando los ojos para contener las lágrimas que amenazaban con caer. ¡Otra vez Micaela! Pero en esa ocasión no pensaba discutir; necesitaba todas las fuerzas para el bebé. Ya empezaba a aceptar que Pedro tenía tanta sensibi­lidad como un rinoceronte.
-Maldita sea, mírame cuando te hablo.
Paula, que aferraba a las mantas con ambas manos sobre el pecho, abrió los ojos empañados y lo miró. Pedro se quedó quieto y palideció bajo el bronceado. Se preguntó qué diablos hacía gritándole. Parecía conmocionada y lloraba. Nunca la había visto llorar y eso le partía el corazón.
-Paula -comenzó con voz trémula.
-¿Qué está sucediendo aquí? -Carmela entró en el dormitorio-. Vamos, Pedro, gritas tanto que los criados pueden oírte -con una mirada furiosa a su hijo, se sentó en el borde de la cama, apartó el pelo de Paula de la frente con una mano elegante y añadió-: No le hagas caso, pequeña, no sabe lo que dice.
Paula quedó tan aturdida por la intervención de su suegra, que fue incapaz de pronunciar palabra.
-Duérmete, como ordenó el médico, y no te preo­cupes... tú y el bebé vais a poneros bien -continuó;
luego, mirando a su hijo con severidad, se puso de pie y lo empujó del brazo-. En cuanto a ti, ve a servirte una copa y a calmarte.
Pedro titubeó un segundo, luego giró en redondo y abandonó la habitación.
La actitud de Paula cambió de la noche a la maña­na. La conmoción del accidente y comprender que, de no haber sido por Dios, podría haber resultado mucho peor y haber perdido al bebé, le llenó la mente hasta desterrar todo lo demás. Cuando Pedro entró a la mañana siguiente, escuchó la disculpa que le ofreció por haberle gritado; incluso tuvo ganas de creerle cuan­do achacó la furia al miedo de perderla. Pero se negó a excitarse. El médico le había prohibido el estrés.
Cuando la tomó en brazos y la besó, respondió como de costumbre, pero con una contención leve e in­definible. Cuando él le dijo que el doctor había dicho que nada de sexo hasta después de que naciera el bebé, ella lo aceptó, y cuando le sugirió dormir en el otro dormitorio para no molestarla, también lo aceptó.
     La envolvió una especie de letargo, lo único que de­seaba era descansar y cuidar del bebé. Pedro fue la amabilidad personificada. La llevó a cenar con amigos y se mostró solícito con su bienestar. Eso cuando lo veía. Los negocios lo mantenían en Roma, y un viaje a Aus­tralia para comprobar unos viñedos allí le ocupó casi todo el tiempo. Los comentarios taimados de Micaela ya no le molestaban... se dijo que el bebé era más importan­te que los celos mezquinos de una cuñada viuda.
Cuando una noche llamó a Pedro a Roma y Micaela contestó el teléfono, Paula escuchó mientras él le ex­plicaba sin que se lo pidiera que Micaela había ido de compras y que lo más natural era que se quedara en el piso de la familia. La respuesta de Paula fue un «Sí, des­de luego». Su único interés estaba centrado en el bebé.
Fue el fin de semana de Pascua lo que pudo sacarla de ese letargo. El sol brillaba, había llegado la primave­ra y, con ocho meses de embarazo, finalmente se puso el vestido blanco y rosa de muselina que Carmela le había comprado. Esbozó una sonrisa irónica al verse en el espejo. Parecía que había pasado un siglo desde que se quejó de él, pero en ese momento se veía bastante
bien, ya que lo llenaba.
-Cara, ¿estás lista? -Pedro entró en el dor­mitorio y se detuvo.
Paula se hallaba ante el espejo con una sonrisa en la cara, y le dio la impresión de que nunca la había visto más hermosa. Le recordaba a un cuadro de Gainsborough. No se había atrevido a dormir con ella porque no confiaba en sí mismo para no hacerle el amor. A cambio, trabajaba a destajo, para que cuando llegara el momento, pudiera disfrutar de unas buenas vacaciones con su mujer y su hijo. Solo un mes más, y después unas pocas semanas, y ella volvería a ser suya.
Se acercó a ella y la tomó del brazo. Paula le sonrió y Pedro le dio un beso leve en los labios... lo más que se atrevía a hacer.
-Vamos, te llevaré abajo al comedor.
Cuando le acarició el estómago con la mano libre e inclinó la cabeza para susurrarle: «Falta poco; apenas puedo esperar», tembló y se sintió amada.
La cena fue agradable. Carmela incluso la alabó por su aspecto. A pesar del hecho de que había sido ella quien había elegido el vestido, la animó. Fue durante el café cuando se soltó la bomba...
La inició Carmela.
-Asistirá toda la sociedad de Roma. Siempre va­mos como una familia, y nos quedamos a pasar la no­che. Es la gala benéfica más importante del año. Proba­blemente porque después de las restricciones de la cuaresma, todo el mundo desea celebrarlo.
-Suena estupendo -Paula sonrió; se sentía mejor que en meses-. Tengo ganas de ir.
Escuchó a Pedro exponer que él debía asistir, ya que se esperaba que así lo hiciera, y todos los moti­vos por los que Paula no podía ir. Era un trayecto de­masiado largo para su condición... no podían correr ningún riesgo con el bebé. Solo estarían fuera una no­che, y Anna y el resto del personal tenían órdenes es­trictas de cuidar de ella.
«¡Debe ser una broma!», pensó Paula. ¡El siguiente fin de semana! Cuando el sábado era su cumpleaños.
Micaela le sonrió a Pedro.
-Si a Paula le preocupa quedarse sola, a mí no me importa perderme la gala para estar a su lado.
-Eres muy generosa -Pedro le sonrió con expresión benigna-. Pero no será necesario... ¿verdad, Paula? -preguntó, mirándola.
-No. Estaré perfectamente bien con Anna -al menos a esta le caía bien de verdad, algo de lo que no estaba segura con el resto de compañeros de cena...
       De pronto se dio cuenta de que los meses que llevaba casada con él su estilo de vida había sufrido un cambio drástico; con algunas pocas excepciones, ha­bía aceptado todo lo que él quería, debido a lo insegu­ra que estaba de su posición como esposa de Pedro. Él, por otro lado, no había alterado nada su estilo de vida. Sus viajes al extranjero, sus frecuentes estancias en Roma... En un relámpago de cegadora claridad lo vio todo, y no le gustó aquello en lo que se había convertido. Poco a poco habían minado la con­fianza que tenía en sí misma como mujer. Sin rechis­tar había aceptado dormitorios separados, porque él había dicho que seria mejor para ella. ¿Cuántas veces por las noches se había despertado, sola en la cama inmensa, llena de miedo ante la enormidad de dar a luz? Le habría gustado tener la protección y el con­suelo de los brazos de Pedro. No tenía por qué ser sexo...
Se irguió más en la silla de respaldo recto; sentada a la derecha de Pedro, miró su perfil masculino que irradiaba una seguridad suprema. También parecía can­sado. Quizá le había sido infiel. ¿Cómo iba a saberlo atrapada en la campiña? De pronto todas sus dudas vol­vieron a hacer acto de presencia.
-¿Estás segura? -preguntó él con mirada pene­trante, como si quisiera leerle la mente.
Paula se obligó a esbozar una sonrisa en los labios rígidos.
-Desde luego -apoyó la mano en la de él-. Y ahora, si me disculpáis -se la apretó antes de soltar­la-. Me encuentro cansada -echó atrás la silla.
Necesitaba espacio para controlar sus pensamien­tos, pero Pedro insistió en acompañarla a la habi­tación y ayudarla a desvestirse. Vio que en los ojos de él ardió el deseo cuando le colocó el camisón y demoró la mano sobre su vientre.
En las últimas semanas ella había suprimido adrede los recuerdos de lo que era estar en sus brazos. Pero en ese momento, el peor de todos, la inundó el calor y tembló. Quería estar enfadada con él, pero no podía. Se dijo que recordaría su cumpleaños, que ni siquiera él podía ser tan insensible. Que se preocupaba por nada.
-Lo sé, lo sé, Paula -murmuró, abrazándola y be­sándola larga y tiernamente-. Pero queda poco -es­bozó una sonrisa melancólica y apoyó la mano de ella en su excitación-. Te aseguro que es mucho peor para mí -gimió-. Pero en cuanto podamos, voy a llevarte lejos para unas largas vacaciones.
-No es necesario que suframos los dos -susurró Paula, y con dedos hábiles le desabrochó los pantalo­nes.
-No, No. No es justo. Yo no puedo hacerte nada; el doctor fue muy explícito.
Ella sonrió con el corazón desbocado y al poco tiempo Pedro solo fue capaz de repetir: «Sí, sí».
Esa noche durmió bien, completamente segura de que Pedro la amaba, y siguió pensándolo hasta que vio cómo el Mercedes se perdía de vista a primera hora del siguiente sábado.
Regresó al dormitorio con los ojos bañados en lá­grimas. Ese día era su cumpleaños y había estado con­vencida de que Pedro lo recordaría, que se queda­ría con ella. En su mente se había convertido en una prueba crucial del compromiso de él. Pero se había equivocado...
Lloró hasta que no le quedaron más lágrimas. Al fi­nal se obligó a sentarse en la cama. Se frotó los ojos hinchados y se dijo que la autocompasión no era buena ni para ella ni para el bebé.
     A las diez de esa misma noche, Paula no pudo retra­sarlo más. Los dolores habían empezado a media tarde, pero había descansado, cenado y tratado de fingir que no estaba sucediendo. Era demasiado pronto...
Aldo la llevó al hospital en Verona y Anna la acom­pañó. Paula agradeció su ayuda. Anna le sostuvo la mano y la consoló cuando el dolor se hizo insoportable, y a la una menos cinco de la mañana dio a luz a una niña saludable con una asombrosa mata de pelo rojo. En la euforia de sostener al bebé en brazos, pudo per­donar por un momento el hecho de que Pedro no estuviera con ella cuando más lo necesitaba. Y en la si­guiente hora lo olvidó todo mientras el doctor y la en­fermera la atendían.
El sonido de voces apagadas la despertó. Abrió los ojos adormilada y miró alrededor. Se hallaba en una habitación privada y entonces lo recordó y posó la vista en la cuna que tenía al lado de la cama.
Pedro se hallaba al pie de la cuna, vestido todavía con esmoquin. Las facciones esculpidas pare­cían extrañamente severas. Su madre se encontraba de pie a su lado, pero la concentración de él estaba en el bebé.
El corazón de ella se hinchó de amor y orgullo, y en ese momento él notó que estaba despierta.
-Paula, Paula, mia cara -Pedro se lanzó a su lado con ojos emocionados-. Es hermosa; es una niñita perfecta. Gracias. Gracias. No puedo manifestar­te lo mucho que lamento no haber estado aquí -se sentó a su lado en la cama y le enmarcó la cara entre las manos, para llenársela de besos.
Una ligera tos los separó.




Holaaaaaa, acá les dejo un nuevo capitulo! Si llegan a los 10 comentario en el blog, mañana subo dos capitulos:) @AdaptadasPyP

5 comentarios:

  1. Pobre pau!!! Buenisimo el capitulo,segui subiendo.

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  2. subi otro capitulo por fa, esta muy buena la nove, pasamela cuando la subas, mi twitter es @clarytacastro

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  3. ahii nacioo que amor ojala el cambie besos @rociibell23

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  4. Todo lo que se esta bancando pau, y sola!!! Subi mas!

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  5. Nació la princesita ¡¡ ojala Pau le de un buen escarmiento al marido ¡

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