sábado, 8 de febrero de 2014

Capitulo 22

Sin prestar atención al intento de humor de ella, Pedro continuó:
 -Se me ha hecho saber que durante mi ausencia se te vio en el bar del pueblo, sola.
-¿Y? Estaba cansada y entré a beber un vaso de li­monada -no veía adónde quería llegar.
-Paula, esa no es una conducta adecuada para mi es­posa, como tampoco lo es recorrer la campiña en un co­che con una de las criadas. ¿Podrías imaginar a mi madre o a Micaelahaciendo algo así? Se mostraron horrorizadas al enterarse -indicó con una sonrisa lóbrega-. Yo no pue­do estar aquí todo el tiempo, y en mis ausencias, te estaría agradecido si escucharas sus consejos. Micaela me asegura que trató de informarte de lo que se espera de la señora de la casa, y que te advirtió en más de una ocasión sobre tu conducta. Pero no le hiciste ningún caso.
Ese comentario fue como un capote rojo ante un toro. Comprendió lo que había querido decirle Micaela cuando le había dicho que sonriera mientras pudiera.
-Es asombroso, considerando que tu madre no estu­vo aquí durante casi toda tu ausencia. Y en cuanto a Micaela, aparte de llamarme ramera la primera noche que tú te fuiste, al día siguiente se largó a Roma. De hecho, de no haber sido por Anna, no habría hablado con un alma hasta que tu madre regresó un día antes que tú.
-Tonterías -cruzó los brazos. La sonrisa desde­ñosa se vio sustituida por una mirada severa-. Les dije que cuidaran de ti.
-¡Patán arrogante, taimado y pomposo! -excla­mó con las manos en las caderas-. Si pudieras oírte -movió la cabeza-. Suenas como si le dieras una re­primenda a una niña.
-No a una niña, Paula, sino a ti. Y tienes la ten­dencia de comportarte como una niña.
-Lo siento -espetó ella con sarcasmo-, pero tú tienes la tendencia de comportarte como Dios.
Él se apoyó en el escritorio y metió las manos en los bolsillos.
-Y tú tienes la tendencia, yo no diría de mentir, pero sí de exagerar -añadió con cinismo-. Te llamé todos los días y ni una sola vez mencionaste que esta­bas sola. ¿No te parece extraño? -enarcó una ceja.
Ella lo miró. Era un hombre viril y sexy y lo amaba, pero no tenía por qué escuchar eso.
-No tanto como tener un marido que no cree ni una palabra de lo que digo -opinó con amargura. Giró en redondo y se marchó con lágrimas en los ojos. Ha­bía albergado grandes esperanzas para el reencuentro, pero nada había cambiado.
     Era medianoche y Paula estaba despierta en la cama, aguardando tensa la llegada de Pedro. Oyó el soni­do de la ducha y luego silencio. La puerta del dormitorio se abrió y cerró. Con la boca reseca, con una sensación de deseo y consternación atenazándole el estómago, lo observó a través de las pestañas entornadas mientras se dirigía a la cama. Era un magnífico amante, pero sin im­portar lo mucho que tratara de soslayar ese hecho, en el fondo de su corazón sabía que ya no era suficiente. Un matrimonio necesitaba más que sexo; necesitaba com­partir las esperanzas, los miedos y la confianza del otro. Abrió la boca para exponerlo cuando él se metió en la cama a su lado y le dio un beso tierno.
-Lo siento, Paula
 -la tomó en brazos-. Mi ma­dre me dijo que tenías razón; perdóname -le quitó con rapidez el camisón y volvió a abrazarla.
Pegada a su cuerpo desnudo, suspiró y lo perdonó. Él le hizo el amor con una ternura que le provocó lágri­mas. Fue después cuando la duda volvió a levantar su fea faz. Pedro creía en su madre, creía en Micaela, pero con su mujer era diferente. El pensamiento le do­lió tanto que tardó en dormirse.
-Buon giorno, cara.
Abrió los ojos. Pedro se hallaba de pie junto a la cama vestido con un traje de tres piezas. Parecía exactamente lo que era, un hombre de negocios increí­blemente atractivo y dinámico, pero lo más importante, su marido. Se estiró y le sonrió.
-Lamento despertarte, cariño, pero me voy a Roma. Parece que tendré que quedarme allí una o dos noches, y no podía irme sin darte un beso. Échame de menos y sé buena. Llamaré esta noche -se inclinó y le dio un beso largo en los labios entreabiertos.
Aturdida por el beso, no tuvo oportunidad de poner alguna objeción antes de que él se marchara.
«En realidad, no ha cambiado nada», pensó ella con tristeza cuando a la mañana siguiente vagaba sin rumbo por el gran vestíbulo.
Aldo le informó de que tenía una llamada. Era Zaira. Contenta de oír una voz familiar, Paula se aferró a la oportunidad que sugirió su amiga de que fuera a Desenzano para almorzar juntas y hacer algunas compras. Al parecer había abierto pronto la casa junto al lago, ya que su suegro estaba enfermo y la familia se quedaba en Italia para estar cerca de él.
Paula le dijo a Carmela adonde iba, y cuando dos horas más tarde llegó a Desenzano, la melancolía que la dominaba se había evaporado un poco. Contemplar el jardín donde vio por primera vez a Pedro, cuando lo había considerado un ladrón, le provocó una sonrisa.
Al regresar a la Casa Alfonso esa tarde a las siete, se sentía mucho mejor. El maletero del Mercedes esta­ba lleno de cosas para el bebé, y unas pocas para ella. Apenas había utilizado la asignación que le había dado Pedro. Solo esperaba que no se enfadara por todo lo que había gastado ese día.
Lo siguiente que vio fueron los faros de un coche que iba directamente hacia ella. Dio un volantazo y fre­nó. El cinturón de seguridad se clavó en su estómago como un cuchillo, pero le impidió golpearse contra el parabrisas. Con el corazón desbocado miró alrededor... el otro vehículo había desaparecido. Tardó unos minutos en dejar de temblar y poder continuar.
Cuando llegó a la mansión, se sentía enferma. Salió del coche y le pidió a Aldo que le llevara las compras arriba. Una visita al cuarto de baño le confirmó su peor temor: estaba sangrando.
Con cuidado regresó al dormitorio en el momento en que Anna entraba con algunos paquetes. Paula logró decirle que necesitaba ver al médico, y a los pocos se­gundos se presentó Carmela para ayudarla a desvestirse y a meterse en la cama.
Las siguientes horas fueron una pesadilla. Llegó el doctor Credo, y tras un exhaustivo reconocimiento, de­cidió que Paula debía permanecer donde se encontraba. El bebé parecía a salvo, pero no quería correr ningún riesgo. Le indicó reposo absoluto una semana, y asegu­ró que pasaría a verla cada mañana.
-Idiota, ¿debes ser siempre una tonta impulsiva? -la voz de Pedro la despertó de un sueño ligero.
Abrió los ojos y lo vio de pie junto a la cama. Lle­vaba puesto un traje oscuro, con la corbata suelta y el cuello de la camisa de seda abierto. Tenía el pelo re­vuelto y echaba fuego por los ojos.
-Has vuelto -manifestó la obviedad.
-¿Vuelto? Claro que he vuelto. Dejé una sala llena de gente en mitad de unas negociaciones cruciales y contraté un helicóptero. ¿Qué esperas cuando se me in­forma de que casi metiste el coche en una zanja y a punto estuviste de morir tú y el bebé? ¿Estás loca o eres simplemente estúpida? ¿Qué diablos te impulsó a ir a Desenzano después de que Micaela te dijera que no lo hicieras? ¿Deseas morir o algo por el estilo? -soltó las preguntas como una ametralladora.


Perdon por la tardanza, pero estoy bastante complicada :s ! Si puedo, mas tarde esubo otro!!!! @adaptadaspyp

6 comentarios:

  1. No me está gustando nada cómo la trata PP a Pau. Ya quiero que se empiece a descubrir todo

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  2. Que hdp esa Micaela, pobre Pau. Ya me da bronca Pedro . Como cambio ¡¡

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  3. Sinceramente pedro merece q pau le de una patada en el culo y se vuelva a su casa!

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  4. Me encanta la nove! Ojala pudieras subir mas seguido asi uno no pierde el hilo de la historia!

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  5. Ojala pau no siga perdonando las cosas que pedro le hace y dice y lo ponga en su lugar.

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  6. bue esa micaela esta bastante loquita la pobre la odio jaja @rociibell23

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