lunes, 3 de febrero de 2014

Capitulo 21

-Pensé que lo mejor era que los dejara solos, para que pudierais reíros a gusto de mí -espetó.
Él se había quitado la chaqueta y estaba a punto de desabotonarse la camisa cuando oyó lo que dijo.
-¿A qué te refieres exactamente con eso? -se desprendió de la camisa y permaneció ante ella solo con los calzoncillos negros de seda. La observó con los ojos entrecerrados-. Has mostrado un humor extraño esta última hora.
-Quizá porque no me gusta que me digan lo que debo ponerme ni que me ordenen que vaya a cambiarme.
Pedro se puso tenso.
-Quizá deberías mostrar un poco de cortesía hacia mi madre, cuando con generosidad ella ha intentado ayudarte -opinó sin rodeos.
-Quizá tú deberías mostrar cierta cortesía hacia mí, tu «mujer» -rugió, abrumada por los acontecimientos de la noche-. Como cuando tu cuñada derramó la copa sobre mí y se disculpó. Sin embargo, según Zaira, cuando apareciste te dijo que se había debido a mi torpeza y todos disfrutasteis de una buena risa -vio que el rubor invadía las mejillas de Pedro.
-Todos rieron; al ser el anfitrión, sonreí por mis invitados. Era lo correcto -indicó con helada cortesía-. Pero estás siendo ridícula, Paula. Conozco a Micaela desde mucho antes que tú y sé que no mentiría.
-¿No? ¿Das a entender que yo sí? -replicó indignada.
-Sí... no -por una vez, su indomable marido tuvo que buscar las palabras-. Probablemente te equivocaste, una mujer en tu condición.
-Si vuelves a mencionar mi condición, te machacaré -prometió.
-Contente, Paula -apretó la mandíbula-. Semejantes exabruptos no pueden ser buenos para el bebé.
-¿Y sí que apoyes a Micaela en contra de tu propia mujer? -demasiado airada, no fue capaz de callarse-. Esa mujer duerme en la suite principal cuando su marido lleva muerto más de tres años. Aunque quizá está esperando que el nuevo señor ocupe su lugar, o tal vez ya lo has hecho -rugió dominada por la furia.
Pedro se puso rígido y la tensión emanó de él en oleadas. Involuntariamente, ella dio un paso atrás al ver la expresión que puso, temiendo un ataque físico. La furia que sentía se desvaneció. Supo que había ido demasiado lejos.
-Haces bien en dar marcha atrás, Paula. Si no esperaras a mi hijo, te haría pagar semejante calumnia contra tu marido y una mujer que no te ha hecho ningún daño salvo darte la bienvenida al hogar de la familia.
Paula nunca había visto tan enfadado a Pedro; la frialdad que anidaba en sus ojos la asustó. La sujetó por los hombros y ella tembló. Y al mismo tiempo la proximidad de su cuerpo le dificultó la respiración.
-Lo siento -murmuró, subyugada por su enorme presencia.
Pedro vio el miedo en los ojos azules y se contuvo. Lo enfurecía y embrujaba a la vez.
-Dime, ¿quién te ha estado llenando la cabeza con esas tonterías? -demandó.
-Nadie -Paula bajó los ojos y los clavó en el torso ancho-. Probablemente es por mis hormonas -se excusó, avergonzada por lo que había insinuado. Había parecido una esposa celosa. Pero no pensaba traicionar a Zaira-. Cuando Anna me mostró la casa, supe que Micaela... -calló.
Pedro suspiró aliviado y la abrazó. Podía entender un desequilibrio provocado por las hormonas. Le besó la frente con ternura.
-Quizá debí explicártelo antes; tienes que entender que Micaela quedó destrozada por la muerte de su marido, Alfredo... mi hermano. A todos nos devastó. Pero Micaela sufrió un ataque de nervios y estuvo enferma durante un año, y aunque da la impresión de ser muy segura y controlada, sigue siendo muy frágil. Es de la familia, de modo que es natural que mi madre y yo la cuidemos.
Paula se sentía peor por minutos.
-Oh, qué terrible -su corazón blando se conmovió.
-Sí, cara -murmuró él-. En cierto sentido, tú tienes todo lo que una vez fue de ella.
-Pero no tú -soltó sin poder contenerse. Él rió entre dientes y la pegó a su cuerpo.
-No, nunca yo, pero me halaga que estés celosa, cara -una mano fuerte le tomó el mentón-. Pero ahora estás casada con el actual conde, y no solo eso, sino que probablemente lleves en tu interior al siguiente. Algo por lo que Micaela habría matado cuando Alfredo vivía, pero que jamás pudo ser. Así que intenta ser comprensiva, ¿de acuerdo?
Ella asintió y la boca urgente y ardiente de Pedro tomó la suya en un beso prolongado y lleno de sexualidad.
Paula intentó ser comprensiva, de verdad que sí... Pero no fue fácil.
Los comentarios hirientes de Micaela, las insinuaciones de que había sido amante de Pedro, eran como una tortura lenta, que poco a poco eliminó la seguridad y la autoestima de Paula. Intentó hablarlo con él, pero su marido descartaba sus temores, a veces con humor, en ocasiones con un frío desdén que la hería todavía más, aunque por lo general con un beso. Pero el sexo ya no era suficiente para Paula. Necesitaba más, necesitaba el apoyo de su marido, y al no recibirlo, se sintió más desdichada y retraída con el paso de los días.
Dejó de mencionar a Micaela, y sin nadie a quien recurrir, luchó en vano contra sus dudas y temores. Pedro le decía que la adoraba, le hacía el amor, pero jamás realizó intento alguno de averiguar cómo funcionaba su mente. La trataba como a una mascota querida.
Cuando dos semanas más tarde, él le mencionó que al día siguiente se iba a los Estados Unidos, Paula quiso objetar. Lo miró desde el otro extremo de su salón privado. Con amargura se dio cuenta de que no tenía sentido. Él hacía lo que quería cuando quería; no le pedía su aprobación, simplemente se lo informaba, y ella simplemente aceptó. En un fugaz momento de claridad, su melancolía se alzó lo suficiente como para preguntarse dónde estaba la mujer emprendedora, dinámica y brillante del verano anterior.
A las pocas horas de la partida de Pedro, Carmela tuvo que marcharse a estar junto a una amiga enferma de Verona, y Paula se quedó con la única compañía de Micaela.
Durante la cena de esa misma noche, Micaela mostró su verdadera naturaleza. Le dijo que era una pequeña zorra cazafortunas y que Pedro no estaba interesado en ella, solo en el bebé. Cuando Paula trató de responder, la otra le tiró una copa de vino a la cara.
Al salir corriendo de la habitación, Paula se preguntó si esa mujer era mentalmente estable. Había visto un brillo de locura en sus ojos. Paradójicamente, hizo que se sintiera mejor. Pedro era su marido, y Micaela no podría hacerle daño a menos que Paula se lo permitiera. Lo mejor era evitarla. Con eso en mente, le indicó a Aldo que comería en sus aposentos hasta que regresara el señor.
Pedro llamó a la mañana siguiente, y después de cerciorarse de que su esposa estaba bien, pidió hablar con su madre. Paula le informó de que había ido a visitar a una amiga enferma. Supo que él daba por hecho que solo se refería a unas pocas horas, pero no quiso explayarse. Se hallaba tan contenta de oír su voz que no deseaba que nada estropeara la comunicación entre los dos.
Suspiró aliviada cuando a la tarde siguiente vio que Micaela salía en coche hacia Roma. A solas en la casa, sin la odiosa presencia de su cuñada, pensó que quizá esa vida pudiera gustarle, aunque para una mujer que siempre había sido activa, que la atendieran en todo llegaba a irritarla.
Tomó por costumbre salir a dar largos paseos para explorar la campiña circundante. Un día entró en el bar del pueblo más cercano para tomarse una limonada antes de volver a la mansión.
Diez días más tarde, Carmela regresó llena de disculpas por su ausencia, y un par de horas más tarde apareció Micaela.
Al día siguiente le tocó el tumo a Pedro. Paula lo observó bajar del deportivo que conducía. Iba vestido de manera informal con una chaqueta negra de piel, jersey de cuello vuelto del mismo color y vaqueros ajustados. Su visión le recordó al Pedro que ella había conocido, con quien se había divertido en la moto, y el corazón se le llenó de amor. Bajó la vista a su figura y soltó un suspiro de pesar; nada podía ocultar el hecho de que estaba embarazada de seis meses.
Durante los siguientes dos días hicieron el amor a menudo, y Paula se olvidó de la suspicacia y la desdicha de las últimas semanas. Pedro pasaba casi todo el día encerrado en su despacho, pero las noches se las dedicaba por completo.
La tercera noche, Paula se puso unos pantalones negros de seda, con una parte superior a juego y adornada con unos bordados multicolores. Estaba magnífica y se sentía incluso mejor. Llena de confianza, tarareaba una melodía al bajar por las escaleras al vestíbulo.
Pedro siempre se vestía primero y luego bajaba a beber su habitual whisky con soda antes de la cena, pero esa noche se había demorado el tiempo suficiente para hacer el amor con ella en la ducha, motivo de su buen humor.
Micaela se hallaba en el vestíbulo, impecable como siempre, en esa ocasión con un vestido negro.
-Hola, Micaela -la saludó Paula con una sonrisa cortés.
-Sonríe mientras tengas oportunidad... no durará mucho -desdeñó la otra, y entró en el comedor por delante de Paula.
Gran parte de la nueva confianza de Paula desapareció al entrar en la habitación.
Y la perdió aún más durante la cena. La conversación fue formal, y casi todo el tiempo Pedro permaneció en un silencio sombrío. Cuando Paula decía algo, respondía con monosílabos. A esta le alegró que la cena concluyera; se excusó y fue la primera en abandonar la mesa. Le parecía que algo en esa casa hedía a actos oscuros y pasiones ocultas.
-Aguarda, Paula -él la agarró por el brazo-. Ven al despacho un minuto; necesitamos hablar.
-Tienes razón -convino con ardor-. ¿Qué diablos te pasa? -exigió, siguiéndolo al interior del estudio.
Pedro se detuvo junto al escritorio y se giro para mirarla. Con el pelo sedoso cayéndole hasta los hombros y los ojos azules clavados en él, parecía inocente como el pecado. La deseaba como nunca había deseado a ninguna otra mujer, pero ella debía comprender que como su esposa, tenía que mantener unos convencionalismos. Él era un hombre muy ocupado que debía dirigir unas propiedades y un imperio- financiero. Esperaba que la vida en el hogar fuera como un reloj de precisión, y no disponía de tiempo para supervisarlo en persona. Hacía semanas que debería haber mantenido esa conversación con Paula, pero cuando estaban juntos solo podía pensar en hacerle el amor. Lo volvía loco, probablemente siempre seria así, pero era hora de establecer algunas reglas.
-Pues habla -indicó ella-. No sé por qué estás tan taciturno -emitió una risa suave.
-Paula, como mi esposa, debes mantener una cierta posición en esta comunidad, y hay algunas cosas que no son aceptables.
Ella frunció el ceño; Pedro no bromeaba.
-¿Cómo hurgarme la nariz? -bromeó, con la esperanza de aligerar la atmósfera, pero sin conseguirlo...

Espero que les gusten los capitulos:) @adaptadaspyp

3 comentarios:

  1. Buenísimos los 2 caps. Subí + seguido please.

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  2. Odio a esa zorra de micaela y a Pedro le diría un par de cosas ja ja ahhh¡ cierto q es una novela ¡¡

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  3. nooo odio amicaela y pp que no la entiende muy buenos @rociibell23

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