domingo, 23 de febrero de 2014

Capitulo 30

-Quítamela de encima antes de que me arranque todo el pelo. Te lo suplico de rodillas.
Paula rió y alzó a Annalou de la espalda de su padre y la puso de pie.
-¿Qué es todo esto? -intentó sonar seria, pero el brillo en sus ojos la delató.
-Papá dijo que me iba a comprar un pony, y practicaba. Algún día me llevará a montar.
Paula se inclinó y la abrazó; al erguirse, deseó poder sentirse tan cómoda como su hija en presencia de Pedro. Él también se había levantado.
-Le prometí a Annalou llevarla a comprarle un pony.
-¿Qué? ¿Un pony? ¿Te refieres para montar a caballo?
-Sí, un pony -sonrió-, y sí, para montar. Será mejor que vengas con nosotros, para cerciorarte de que apruebas la compra. Pensé que podríamos estar todo el día fuera y almorzar en Verona. Quizá compraros algo de ropa a las dos.
-Por favor, mami, sí -Annalou tiró de la falda de su madre.
Paula fulminó a Pedro con la mirada. Así que su ropa no era lo bastante buena y ya iba a empezar a malcriar a la niña.
-Si dispones de tiempo, sería agradable -fue su respuesta. No iba a discutir delante de la pequeña.
-Tengo que recuperar un montón de tiempo -la tomó del brazo-, y los dos sabemos por qué.
Los dedos delgados y elegantes le calentaron la piel. La amenaza inherente en su comentario la silenció. Un vistazo al rostro sombrío le indicó que no tenía elección; tomó a Annalou con la mano libre y dejó que la condujera fuera de la casa.
Las llevó a unos establos en las afueras de Verona. Y para sorpresa de Paula, el propietario tenía un pony enano. Annalou quedó encantada, pero se enfurruñó cuando su padre le explicó que el animal no podía ir con ellos, que luego lo transportarían en un remolque. Aunque la pequeña no tardó en alegrarse cuando llegaron a Verona. Después de comprar un montón de juguetes y ropa, Pedro sugirió que fueran al lago Garda y al albergue de caza, a disfrutar de la pequeña playa privada que tenía.
A Paula se le resecó la boca cuando Pedro se quitó la camisa y se sentó a su lado, con los ojos clavados en Annalou que chapoteaba en la orilla. Desvió la vista del torso bronceado y musculoso y tragó saliva. Le recordó la imagen perturbadora de la última vez que había estado ahí con Pedro, en una época de inocencia y amor. Convencida de que también era amada, se había sentido libre para tocarlo y acariciarlo.
De pronto se sintió cegada por las lágrimas y agradeció las gafas de sol que le ocultaban los ojos. Miró hacia el lago y odió reconocer que ella aún sentía lo mismo. Lo anhelaba con la misma necesidad agónica, el mismo apetito y el mismo amor...
Alarmada porque los pensamientos la llevaran a la cama de él, dijo:
-Es hora de irnos; se hace tarde, y Annalou ya ha tenido suficiente excitación por un día.
Pedro asintió con expresión divertida. Como si le hubiera leído la mente y entendido cómo se sentía.
-Demasiados recuerdos, cara -se puso de pie-. Pero ahora fabricaremos nuevos recuerdos -se dirigió hacia Annalou y la alzó en brazos.
Paula deseó que fuera ella.
 
Mientras acostaba a su hija, acordó con ella que había sido un día fantástico. Pero al bajar a cenar media hora más tarde, era un manojo de nervios. Aguantó la comida y mantuvo una charla cortés con su marido y su suegra, pero bajo la controlada fachada sus emociones eran un torbellino.
Suspiró aliviada cuando después del café, Pedro se marchó, aduciendo que tenía que mirar unos papeles.
El alivio se transformó en pánico cuando un par de horas más tarde, al salir del cuarto de baño envuelta solo con una toalla, encontró a Pedro junto a la cama, enfundado en un albornoz. En una mesa cercana había una botella de champán con dos copas.
-Un brindis por nuestra reunión -anunció con tono burlón. Abrió la botella y llenó las dos copas; luego se acercó a ella para ofrecerle una.
El corazón de Paula latía de forma errática; sabía que era un momento para la verdad. Si aceptaba la copa y no decía nada, acordaba volver a ser su esposa en todos los sentidos. Alzó la cabeza y estudió los rasgos de Pedro, y fugazmente se le pasó por la cabeza que no estaba tan seguro como aparentaba. Pero de inmediato descartó la idea. La decisión era de ella... cierto; pero en realidad sabía que Pedro se saldría con la suya sin importar...
La aceptó.
-Gracias, me sentará bien una copa -el leve temblor en su voz revelaba la aprensión que la dominaba.
Él la observó con deseo y de pronto la atmósfera crepitó con tensión eléctrica.
Paula sintió que el cuerpo se le encendía al tiempo que él se llevaba la copa a la boca.
-Por mi esposa, la madre de mi hija; nuestro matrimonio empieza aquí -la vació de un trago.
Con mano trémula, Paula bebió un sorbo prolongado. Luego se atragantó cuando las burbujas fueron por el conducto equivocado.
Pedro le quitó la copa de la mano y dejó las dos en la mesita.
-Ven aquí -le ordenó con voz tensa. Los ojos llorosos de Paula chocaron con la mirada encendida de él, e hipnotizada por su belleza masculina, avanzó un paso, y otro... sintió que se ruborizaba, los pechos pesados, los pezones contraídos. Titubeó y tragó saliva antes de continuar el avance. Pedro no se lo iba a poner fácil...
-Pareces nerviosa -susurró. Apoyó las manos en los hombros tensos de ella y la acercó-. Pero no es necesario; eres una mujer experimentada -cerró una mano en su cuello y le echó la cabeza atrás.
Si él supiera que era el único hombre que alguna vez la había tocado. Pero no iba a decírselo; tenía que mantener alguna defensa, aunque fuera falsa.
La mano de Pedro bajó hasta la clavícula, asió el borde de la toalla y con un movimiento diestro la dejó desnuda ante él. Unas llamas diminutas ardieron en los ojos oscuros que devoraron el cuerpo hermoso antes de inclinar la cabeza y darle un beso asombrosamente suave en los labios, hasta que sintió la reacción de ella e introdujo la lengua en el interior húmedo de la boca de Paula.
-Exquisita -gimió sobre los labios de su esposa, y la tumbó en la cama. Durante un momento la observó y luego se quitó el albornoz.
Era lo que Paula había estado esperando. Desnudo y poderoso, era pura perfección masculina. Se lo comió con los ojos y lo anheló con un ansia tan profunda que no fue capaz de esperar. Alargó una mano.
-Pronto, cara -prometió antes de volver a tomarle la boca con la suya.
En las siguientes horas no se volvió a pronunciar palabra. Fue un banquete erótico de los sentidos.
Paula jamás había experimentado semejante intensidad de sensaciones. Al final, cuando lo tuvo enterrado en lo más profundo de ella por tercera vez, perdida a todo menos a la excitación explosiva que ansiaba, lo miró con expresión febril. Observó sus facciones tensas y la salvaje satisfacción que experimentaba al verla temblar al borde exquisitamente doloroso de la liberación. Entonces, con cada embate, le transportó el cuerpo palpitante a un clímax tan intenso que la hizo gritar de éxtasis, ajena a todo menos a la maravilla de la posesión total a la que la sometía.
Envuelta en sus brazos, extenuada pero llena, debería haber guardado silencio, pero no lo hizo...





Aca les dejo 3 capituloos, se vienen los capituloos finalees!!!!!!!!! Voy a estar de vacas asi que por unos dias no voy a subir!!

Capitulo 29

No confiaba en él, pero estaban igualados en ese sentido. Sin embargo, tenían una hija en común y no dudaba del amor que él sentía por Annalou; en las bre­ves veinticuatro horas que llevaban juntos, el lazo existente entre padre e hija era evidente. Si Paula que­na conservar a la pequeña y ofrecerle el hogar feliz que se merecía, quizá lo mejor para conseguirlo era recon­ciliarse con Pedro. Cerró con sigilo y regresó al dormitorio. Estaba demasiado agotada para tomar la decisión en ese momento. Se metió en la cama y a los pocos segundos se quedó dormida.
Las pestañas de Paula aletearon y la cabeza le cayó sobre la almohada, al desaparecer el cálido apoyo. Frunció el ceño; podía oír voces e instintivamente pasó las piernas sobre piel suave, reacia a despertar. Se acu­rrucó más contra un muslo de hombre... ¡de hombre ex­citado! Abrió los ojos y se incorporó con brusquedad.
-¡Qué diablos! -exclamó; el otro lado de la cama estaba ocupado.
-Buon giorno, signora -Anna depositaba una bandeja con café y dos tazas en la mesita de noche.
Pedro se hallaba en su cama, apoyado sobre las almohadas, y si Paula no se equivocaba, completamente desnudo. Apartó los ojos de él y volvió a clavarlos en Anna, y con rapidez se trasladó al borde de la cama.
-Gracias por el café, pero, ¿dónde está Annalou? -quiso saber.
-Tranquila, Anna -indicó Pedro-. Yo se lo explicaré.
Furiosa, pensó que una de las cosas que tenía que explicarle era qué hacía en su cama.
-Relájate. Se me ha informado que nuestra hija está lavada y vestida, y en este momento desayunando en la cocina. Al parecer está encantada con el gato de la casa.
La voz profunda, aún con vestigios de sueño, fue como una caricia. Todo el cuerpo de ella se ruborizó. Desvió la vista, ya que recordó la sensación de sus du­ros muslos momentos atrás. Tragó saliva y soltó lo pri­mero que se le ocurrió.
-¿Por qué ha traído Ana tu café? Siempre solía hacerlo Aldo.
Él esbozó una sonrisa cínica.
-Se me ocurrió que quizá fui un poco insensible hace tres años, cuando eras una recién casada y com­partías cama con un hombre por primera vez, hacer que otro hombre te despertara. Yo estaba acostumbrado a Aldo, pero recuerdo que tú solías ruborizarte y meterte bajo las sábanas.
-Tienes razón -por un momento se sintió conmo­vida de que se hubiera dado cuenta de su incomodidad, aunque fuera con tres años de retraso.
-Claro que apenas importa ahora. Pero ya lo había preparado antes de ir a Inglaterra y descubrir la vida que habías llevado allí.
-Era mucho mejor que la que llevé aquí -espetó, y se levantó de la cama antes de plantarle cara-. Y quizá ahora puedas explicarme qué crees que haces en mi cama.
-«Nuestra» cama, Paula.
-Es fantástico, viniendo de ti. Cuando estábamos casados, te faltaba tiempo para levantarte de ella -sol­tó con sarcasmo. Todavía le dolía, tres años después.
-Si no recuerdo mal, tu nunca te quejaste... nuestra prioridad era la seguridad del bebé no nacido -la miró con curiosidad, como si ella acabara de darle la respuesta que había estado buscando-. No sabía que te importara.
-Y no me importaba -movió la cabeza. Él era de­masiado astuto y se sentía molesta consigo misma por lo que había estado a punto de revelar-. Serviré el café antes de que se enfríe -musitó. Al terminar, respiró hondo y se volvió para entregarle un plato con una taza.
Él la aceptó y bebió un sorbo, luego la dejó en la mesita. Se reclinó y la observó con una expresión im­pasible que la puso nerviosa.
-La última vez que estuviste aquí, compartimos cama durante unas semanas, y luego el médico prohi­bió el sexo. Me fui a un dormitorio separado porque te deseaba con un apetito y una pasión que era incapaz de controlar. No confiaba en mí para no hacerte el amor. Solo tenías que tocarme, que sonreírme, y todo lo de­más desaparecía bajo el impulso irresistible de tenerte.
Ella se quedó boquiabierta por la sorpresa, pero no supo si de verdad creerle. Se mordió el labio.
-Sí, bueno -comentó, y se bebió todo el café. La conversación se volvía demasiado personal y no quería llegar a eso...
Él se estiró en todo su poderío.
-Sabes que es verdad -afirmó-. Lo demostraste en una ocasión memorable cuando me diste la libera­ción que ansiaba, pero luego me sentí culpable, menos hombre, porque en ese momento no podía hacerte lo mismo. Pero ahora no existen esas restricciones y, si la otra noche nos sirve de pauta, estás desesperada. Es evidente que me deseas tanto como yo a ti.
Paula apretó los dientes y posó la taza con fuerza sobre la mesa. Se juró que no iba a tragarse el anzuelo que le ofrecía y contó mentalmente hasta diez.
-No lo niegas. Eres muy sensata -instó Pedro.
Paula no pudo contenerse más.
-Supongo que ahora vas a decirme que me amabas a mí y no a Micaela.
      -No -esbozó una sonrisa burlona-. En el pasa­do jamás confiaste en mí. ¿Por qué iba a ser diferente ahora? En cuanto al amor... no entra en el cuadro -su expresión se endureció-. La primera vez que hicimos el amor o tuvimos sexo, lo que prefieras, me volviste loco, y sigues haciéndolo. Esta vez vamos a compartir una cama, y disfrutaremos el uno del otro hasta que la pasión desaparezca. Será diversión sin consecuencias -rió sin humor-. Puedes dar la impresión de ser ino­cente, pero los dos sabemos que ya eres una mujer ex­perimentada. ¿Cuántos ha habido aparte de Tom? Paula cerró los puños dominada por la furia.
-Tú...
-No, no respondas a eso -alzó una mano-. No hablaremos del pasado... basta con que Tom esté muer­to -le recordó con brutalidad-. Y tú y yo muy vivos.
-No puedes hablar en serio -dijo al ver su expre­sión implacable.
-Muy en serio, mía cara -su voz burlona rever­beró en el tenso silencio. Sacó las piernas largas por el costado de la cama y se levantó, impasible ante su pro­pia desnudez.
     «No es justo», pensó ella con impotencia al ver cómo el cuerpo desnudo de Pedro podía excitarla; se sintió avergonzada de su debilidad. No titubeó. Co­rrió al cuarto de baño y echó el cerrojo a su espalda, con el corazón martilleándole en el pecho.
No se atrevió a salir hasta media hora después. Du­chada y con un albornoz blanco, se asomó con cautela al dormitorio, pero estaba vacío. En cuestión de minu­tos se puso un vestido azul de verano, se calzó unas sandalias, y fue a buscar a su hija.
Lo que vio al bajar las escaleras le provocó una sonrisa renuente en los labios. Pedro se hallaba sobre manos y rodillas y Annalou montada en su espal­da, con las manitas diminutas cerradas sobre su cabello mientras gritaba:
-Más rápido, más rápido, papá. Cuando Paula llegó al último escalón, Pedro se detuvo a sus pies y alzó la cabeza.

Capitulo 28

Mientras observaba a su hija dormida, pensó que no había tenido ninguna elección. Luego alzó la cabeza y contempló con desagrado la enorme araña que aún seguía pintada en la pared.
Sabía que no habría terminado en la cárcel, pero habría traicionado a Ellen y al doctor. Pero el factor decisivo, lo único que no había sido capaz de contrarrestar, había sido permitir que Annalou visitara Italia sin ella y quedar sometida a la venenosa presencia de Micaela.
Se volvió cuando la voz de Pedro interrumpió sus reflexiones.
-Es una niña hermosa -inclinó el cuerpo para besar la mejilla de su hija.
Llevaba puesto un albornoz azul marino que le llegaba a la mitad de los muslos. Paula se ruborizó por el rumbo que tomaban sus pensamientos y apartó la vista. Respondió con sequedad por la debilidad con que había reaccionado ante su súbita aparición.
-Sí, lo es, y quiero que siga igual, sin recibir ninguna influencia de tu cuñada. ¿Micaela cenará con nosotros? -anadió.
Habían llegado a la Casa Alfonso a las cuatro. Para sorpresa de Paula, su suegra, Carmela, la había recibido con los brazos abiertos y se había disculpado por no ser más amiga de ella la última vez que había estado en la mansión. Y Anna seguía allí, prometida y con fecha de boda para agosto.
A Annalou la casa le había gustado de inmediato, en absoluto intimidada por la vasta morada y los criados. Cuando Paula, con ayuda de Anna, la puso a dormir, la pequeña había conseguido recibir la promesa de que sería dama de honor en la boda. La única persona a la que Paula aún no había visto era Micaela.
Pedro se acercó al pie de la cama y se detuvo junto a Paula, para mirarla con ojos enigmáticos.
-Micaela no va a cenar con nosotros. Ya no vive aquí.
-¿Qué? Pero anoche dijiste... -calló. No había confirmado ni negado la presencia de Micaela; solo le había indicado que fuera con la pequeña-. Me hiciste creer...
-Lo que tú querías creer, cara -cortó con expresión sarcástica-. Yo quería tener a mi esposa y a mi hija de vuelta en casa, y empleé todos los medios a mi disposición. En mi libro, el matrimonio es para siempre. Recuerda eso y nos llevaremos bien.
-¿Micaela se marchó? ¿Cuándo? -todavía le costaba creerlo.
-Unas pocas semanas después que tú. Está casada con un banquero y vive en Suiza.
Se preguntó si Pedro habría sufrido por la pérdida de Micaela. Bajó la cabeza para ocultar el asombro de la revelación. No lo parecía, ya que la estudiaba con interés masculino. Paula ya se había bañado y duchado para la cena; llevaba puesto un vestido violeta de satén con unas finas tiras, y para su vergüenza sintió que los pechos se le endurecían de hormigueante excitación contra la tela suave. La noche anterior la había tomado sin quitarse la ropa, pero esa noche, con el albornoz de él abierto, comprendió que llevaba tres largos años sin ver tanto cuerpo masculino.
- ¡Por el amor de Dios, ve a ponerte algo! -exclamó, pasando a su lado de camino hacia la puerta-. La cena es a las nueve -parecía su madre, y la risita que soltó Pedro no hizo nada para calmarle los nervios.
Paula apenas cenó, a pesar de que no había comido casi nada en todo el día. Había llamado a Ellen para pedirle que vigilara la casa. Luego habían volado desde Exeter hasta Verona en avión privado, y el trayecto final hasta la mansión lo habían hecho en coche. Todo había sucedido tan deprisa, que no pensaba con claridad; se sentía con la cabeza en las nubes.
Miró a Pedro, sentado a la cabecera de la mesa, y le sonrió con expresión de disculpa a Carmela antes de levantarse.
-Ha sido un día largo y me encuentro cansada, así que si me disculpáis, creo que me iré a acostar.
-Desde luego -respondió Carmela-. Lo entiendo.
-Has tenido una semana traumática. Necesitas descansar -comentó Pedro-. Duerme bien.
«Así es», pensó conteniendo un bostezo. La muerte de Tom, el funeral cinco días más tarde, Pedro al día siguiente... de pronto se dio cuenta de que en una semana apenas había comido y descansado.
-Buenas noches -se despidió sin mirarlo y se marchó a toda velocidad.
Ocupaba el mismo dormitorio que antes y Anna había extendido el camisón de algodón sobre la enorme cama con dosel. Se preguntó si Pedro aún ocuparía el dormitorio adyacente, pero de inmediato descartó el pensamiento. Imaginarlo en una cama no hacía nada para relajarla.
Entró en el cuarto de baño. A los pocos minutos se había duchado y puesto el camisón. Se miró en el espejo e hizo una mueca. Con el pelo suelto y la cara limpia de maquillaje, el único punto de color que tenía eran las ojeras. Parecía un fantasma.
Se encogió de hombros y regresó al dormitorio y de ahí pasó a la habitación de la niña. Permaneció unos minutos observándola mientras dormía y luego rezó para que Annalou fuera feliz allí. La pequeña era lo más importante.
Suspiró y tocó la mejilla de su hija. Se preguntó si Pedro había tenido razón el día anterior al decirle que tres años atrás había vuelto a sacar conclusiones precipitadas. Si no era así, ¿importaba que hubiera amado a Micaela? Esta ya no formaba parte de la ecuación.
Durante años había tratado de no pensar en su marido, porque le causaba mucho dolor, pero en ese momento se enfrentaba a los hechos. La noche anterior le había enseñado que se sentía tan atraída por él como siempre. Pero ya no lo llamaba amor. Era mayor y más sabia, y por primera vez desde que volvió a verlo, consideró la posibilidad de tratar de hacer que el matrimonio funcionara.

martes, 18 de febrero de 2014

Capitulo 27

-Exacto -soltó con burla-. Como decía, solo buscabas un hijo de mí. Es asombroso hasta dónde eres capaz de llegar, incluso a casarte conmigo, por esa maníaca de Micaela a la que tanto amas. Me mantuviste en ese gran mausoleo de casa como una maldita yegua de crianza; jamás creíste una palabra mía, para ti Micaela y tu madre no pueden equivocarse ni hacer el mal.
Él le tomó el mentón con una mano y le echó la cabeza atrás.
-¿Te atreves a culparme a ? -replicó-. Te di todo lo que podía querer una mujer, y tú me pagaste huyendo con mi hija.
-Me diste todo menos tu apoyo -«menos tu amor», estuvo a punto de añadir, pero se contuvo a tiempo.
-Lo tuviste, si hubieras pedido más, te lo habría dado. Pero, no, ¿quieres que te diga por qué huíste? - soltó una risa dura y cínica-. Porque con tu habitual actitud infantil, prestaste atención a los rumores y sacaste un montón de falsas conclusiones. Te dije que nunca había querido a Micaela aparte de cómo a una hermana con mala salud y necesitada de ayuda, pero tú elegiste no creerme -apretó los dedos casi con crueldad en su mentón y ella trató de desviar la cabeza-. Mírame -exigió, y ella obedeció, consciente de pronto del roce de los muslos contra los suyos, de la proximidad del cuerpo grande-. Podré haber cometido errores como marido, pero nunca merecí lo que me infligiste, la pérdida de mi hija.
«Quizá no», pensó, pero por encima de todo sabía que él mentía. Lo había visto con Micaela en brazos, y lo había oído.
Él la miró y la atmósfera cambió sutilmente. Sonreía y los ojos duros le brillaron con una luz diabólica al decir con voz sedosa:
-¿Pero sabes lo que de verdad me irrita? Durante tres años me he torturado preguntándome si estabas bien, mirando la única fotografía de mi hija en su primer cumpleaños que te dignaste enviarme desde Londres, sin posibilidad de rastrearla -le acarició la mejilla mientras la otra mano se cerraba alrededor de su cintura-. Muy inteligente. Entonces descubro que tienes un amante... el «tío» Tom -espetó con voz llena de amargo desdén.
-No-lo vio demasiado tarde en los ojos de él. Lo sintió en la dura extensión del cuerpo pegado a ella-. No, Pedro -gritó, pero él le tomó la boca y se sintió avergonzada por el increíble apetito que la sacudió hasta las profundidades de su ser. «No», gritó su mente mientras los labios se abrían a la salvaje invasión.
-Me debes tres años -soltó él mientras bajaba a su cuello y luego al hombro.
-No -Paula tembló cuando sintió la mano que se deslizaba por el interior del corpiño del vestido para coronarle el pecho, y al contacto el deseo la dominó con una velocidad que la asombró. El olor y el sabor de él eran como una droga para su cuerpo sensualmente privado.
Sabía que debería detenerlo, pero en ese momento los dedos de él pasaron por los pezones rígidos y la anegó una oleada de calor. Le rodeó el cuello con los brazos. La bajó al suelo con los labios sobre el cuello, el hombro, con la rodilla entre sus muslos.
Pedro la observó; tenía el vestido alrededor de la cintura, y un trozo de encaje era lo único que lo separaba del núcleo encendido de Paula Bajó el vestido por los brazos e inclinó la cabeza para succionar un pezón rígido.
Paula cerró los ojos y un gemido ahogado de consternación y deseo escapó de ella. Sintió la mano que subía por su muslo, los dedos largos que se metían debajo del encaje y se lo arrancaban. La mano se curvó alrededor de los rizos rubios que coronaban el vértice de sus piernas y los dedos largos comenzaron a explorar de forma íntima la piel aterciopelada. Estaba ardiendo y húmeda y temblaba de necesidad, un deseo tan doloroso que gritó el nombre de él. Y a partir de ese momento quedó perdida en su propia respuesta febril ante la pasmosa pasión que Pedro evocaba en su cuerpo, que llevaba demasiado tiempo en un estado de celibato.
Él se incorporó, besó la punta de cada pecho y con destreza se desabotonó el pantalón. Luego metió las manos debajo de ella y la alzó para que aceptara el embate duro de su virilidad y se enterró en el corazón encendido y estrecho de la feminidad de Paula.
En esa unión no hubo nada tierno o gentil. Fue como si dos cuerpos se ahogaran en una voracidad salvaje y primitiva, acariciándose y sosteniéndose con manos y bocas hasta que el de ella fue el primero en convulsionarse, en una agonía de exquisito placer, seguido por Pedro, cuyo cuerpo grande tembló con la fuerza de la liberación. Durante largo rato permaneció con el rostro enterrado en la curva suave del cuello y el hombro de Paula, luego, con una violenta maldición en italiano, se apartó.
Paula entendió el juramento y lo oyó arreglarse la ropa, el ruido metálico de la cremallera. Tembló, no de frió, sino de vergüenza.
Pedro se puso de pie y se mesó el pelo revuelto. «Maldita sea», se dijo, «no tendría que haber pasado». Contempló el rubor de ella y la posición de abandono de su cuerpo esbelto e hizo una mueca. Pensó que en una ocasión había sido suya y se preguntó cuántos hombres habrían probado su dulzura.
-Podrías ganar una fortuna como estrella porno. Ponte en una postura recta, por el amor del cielo -soltó con voz tan fría como el hielo.
Pálida, Paula se subió el corpiño del vestido, se bajó la falda, recogió las braguitas rotas y, sin prestarle atención a Pedro, fue a la cocina a tirarlas al cubo de la basura.
Como una zombie, fue a poner agua al fuego. Sacó una taza de un armario y le echó una cucharadita de café instantáneo. Con las manos apoyadas en la encimera y la cabeza gacha, aguardó a que hirviera. En ningún momento dejó de preguntarse qué había hecho. No podía creerse que se hubiera entregado a Pedro con tanta rapidez, sin inhibiciones. «Tres años», gimió en silencio, pero para su traicionero cuerpo podría haber sido el día anterior. Nada había cambiado.
«Sí ha cambiado», se corrigió. Se irguió y vertió el agua en la taza. Ella había cambiado... era una mujer más fuerte; criar a una niña sola le había enseñado mucho. Con roano temblorosa se llevó la taza de café a los labios, y después del primer sorbo se sintió un poco mejor. Al menos se había quitado el sabor de Pedro de la boca. Si le resultara tan fácil desterrarlo de su vida.
-Buena idea. Prepárame uno -ordenó Pedro.
Paula giró al oír la voz, a punto de decirle que se lo hiciera él, pero la cautela la detuvo. Tenía que ganar un argumento más complicado que el de quién debía hacer el café. Se había sentado a la mesa de la cocina y la observaba con ojos impenetrables.
-Solo, con un terrón de azúcar, ¿verdad?
-Lo has recordado -convino con una ceja enarcada.
-Algunas cosas son difíciles de olvidar -musitó, girando para sacar otra taza del armario.
-Sí, es gratificante saber que aún puedo hacerte arder y gritar «mi nombre» -recalcó-. Hace que el futuro sea más fácil; nunca me ha gustado un matrimonio célibe.
Comprendió que él había leído sus peores temores; la boca reseca le impedía hablar. Sirvió agua en la taza. Bajo ningún concepto pensaba reanudar su vida de casada con Pedro.
-Por lo que he visto, Annalou parece ser una pequeña feliz y equilibrada.
El cambio de tema la hizo suspirar aliviada, pero el alivio duró hasta mirarlo a la cara y ver el destello de triunfo burlón que había en ella y que le provocó un escalofrío.
-Sí, lo es -repuso con voz seca, y se acercó para dejar la taza delante de él-. Y es muy feliz aquí. Tiene un montón de amigos -si pudiera convencerlo de que le concediera el divorcio, no le importaría concederle derechos de custodia.
-Este lugar parece un hogar para vacaciones. Tengo entendido que ahora es tuyo -bebió un sorbo de café antes de añadir con suavidad-: Supongo que Annalou podrá pasar algunas vacaciones aquí y mantener el contacto con sus amigos.
-¡Algunas vacaciones! -exclamó ella-. Vivimos aquí.
-Ya no... mañana a primera hora nos vamos a Italia.
Era lo que había esperado desde el momento en que lo vio en la playa, pero aun así la conmocionó. Retrocedió hasta apoyarse en la encimera.
-No, Annalou y yo nos quedamos aquí -aunque por dentro temblaba, debía mantener el control y mostrarse convincente-. Pero estoy preparada para ser razonable. Podemos conseguir un divorcio rápido y compartir la custodia de la pequeña. Puedes visitarla siempre que lo desees.
-¿Has terminado? -quiso saber con ojos helados-. Bien. Porque pienso llevarme a mi hija de regreso a Italia. Cualquier visita la decidiré yo.
-No puedes hacer eso. No te lo permitiré -no pudo esconder el leve temblor de voz-. Bajo ningún concepto permitiré que Annalou esté cerca de Micaela sin mí.
-Pues ve con ella.
-No -instintivamente negó la posibilidad-. Y no puedes llevarte a Annalou sin mi permiso -afirmó, aunque no se lo creía. Sabía muy bien que Pedro era un hombre que conseguía lo que quería.
-Contigo en la cárcel, no tendré problemas.
-¡La cárcel! -¿de qué demonios hablaba?
Dejó la taza y se levantó con una sonrisa cruel en la cara.
-Hice que comprobaran a Paula nada más recibir la carta. Un hombre me esperaba en el aeropuerto de Exeter cuando llegué hoy para darme los detalles. Eres una viuda respetada con una hija, que durante los últimos tres años has estado trabajando para una tal Ellen Jones, propietaria de un gimnasio. ¿Correcto?
Paula de pronto supo adónde quería llegar.
-Mi vida privada y dónde trabajo no son asunto tuyo -espetó.
-Tal vez no, pero me pregunto qué pensará Hacienda al saber que trabajas y cobras dinero negro - rió sin humor-. La evasión de impuestos es un delito serio, en algunos casos se paga con una estancia entre rejas.
Aturdida, Paula solo pudo mirarlo fijamente. El le devolvió la mirada con sarcasmo.
-Yo no me preocuparía mucho -continuó-, sería tu primer delito. Desde luego, la pobre Ellen Jones también estaría metida en problemas. Y no olvidemos al amable doctor, un amigo de Tom, que, sin que tú le presentaras ninguna identificación legal, te ha atendido de forma privada y ha vacunado a mi hija. Él también sufrirá.
Paula se puso rígida de furia y soltó fuego por los ojos.
-¡Eres despreciable! -gritó-. ¿Harías daño a personas inocentes, a mis amigos, con tal de vengarte de mí? -movió la cabeza con incredulidad.
-No es necesario -contrarrestó-. Es una decisión tuya, Paula. Puedes ir con Annalou y conmigo a Italia o quedarte aquí y enfrentarte a las consecuencias -la miró divertido-. Sea como fuere, yo recupero a mi hija.

Capitulo 26

-Hombre grande -dijo la pequeña-. ¿Quieres hacer un castillo de arena?
Pedro bajó la cabeza y de inmediato se puso en cuclillas con gracia felina.
-Anna, ¿verdad? -musitó. A los ojos de Paula, la transformación que sufrió su rostro duro fue milagrosa. Le sonrió a la niña-. Me encanta hacer castillos de arena, Anna -alargó una mano no muy firme para tocar el pelo rojo fuego que enmarcaba el rostro angelical. Dos pares idénticos de ojos castaños se encontraron y fusionaron. Fue atracción instantánea.
Paula vio sonreír a Annalou y sintió un nudo en la garganta que amenazó con ahogarla.
-Me llamo Anna Louise Hope, pero todo el mundo me llama Annalou -corrigió ella con seriedad.
Pedrole lanzó una mirada a Paula que habría fundido acero. Pero la cara que se volvió hacia la niña fue gentil.
-Entonces te llamaré Annalou -sonrió-. Y tú puedes llamarme papi.
Paula se quedó atontada por la abierta admisión de él.
Annalou lo miró con ojos muy abiertos y animados.
-¿Tú eres mi papi? -comenzó... luego miró a Paula-. ¿Mami? -solo una palabra, de pronto insegura por primera vez en su vida.
Pedro la observaba como una gran pantera negra lista para saltar. Contempló el rostro ceniciento y los ojos horrorizados.
-Cuéntaselo, Paula -instó con tono sedoso. Paula apenas era capaz de juntar dos pensamientos coherentes, menos aún de armar una frase. Annalou no había notado la ausencia de un padre en su vida hasta que había empezado en el parvulario después de la Semana Santa. Paula le había contado que vivía lejos, sin explayarse más. Pero en ese momento supo que no tenía escapatoria. Se agachó en la arena junto a su hija.
-Sí, cariño -de forma instintiva le pasó un brazo protector por los hombros-. Este... -vio el desprecio en los ojos de Paula y tartamudeó-. Él... quiero decir, este hombre es tu papá.
Annalou escapó del brazo de Paula y se lanzó a Pedro.
-Eres mi papi de verdad -y con lógica infantil, añadió-. El tío Tom tuvo que irse al cielo, así que te envió a tí.
Pedro cerró los brazos en tomo a la pequeña y la pegó a su ancho pecho.
-Algo parecido -por encima de la cabeza de la niña le lanzó una mirada de odio puro a Paula; se levantó con Annalou en brazos y añadió-: Pero, a diferencia de tu tío Tom, yo voy a quedarme contigo para siempre -prometió, dándole un beso en la mejilla que Annalou le devolvió. Con ojos entrecerrados, estudió la palidez de Paula con una especie de sombría satisfacción-. ¿No es verdad, mami?
Paula se puso de pie; había palidecido incluso más al asimilar el horror de lo que él acababa de decir. Había escapado de Pedro en una ocasión, pero él nunca más iba a cometer el mismo error. Al menos no en lo referente a su hija.
-¿Mami? - Annalou la miraba con expresión expectante, a la espera de que su madre confirmara la maravillosa noticia.
De repente, Paula se sintió dominada por una espantosa sensación de culpabilidad, mezclada con un arraigado temor por el futuro. Pero no podía hacer otra cosa que asentir...
Horas más tarde, construido ya el castillo de arena, Paula había sido incapaz de evitar llevar a Pedro a su hogar. Tom le había dejado la casa en el testamento, junto con su dinero... ¡que era el que quedaba del de ella! Tom había vivido de su pensión, cancelada al morir. Paula le había estado dando vueltas en la cabeza a lo que podía hacer, pero en ese momento la preocupación se vio reemplazada por el temor mayor de quedarse a solas con Pedro.
-Léeme un cuento, papi -pidió Annalou después del baño y una vez metida en la cama-. Por favor.
Paula experimentó una punzada de celos ante la velocidad con la que su hija había caído bajo el hechizo de Pedro. Pero entonces lo miró a él, con el pelo revuelto y sonriéndole feliz a la pequeña, y dudó de que alguna mujer pudiera escapar a su embrujo. Cerró los puños. Debía salir de ahí; la tensión que había vibrado entre los dos toda la tarde la estaba volviendo loca.
-Buenas noches, cariño -se inclinó y le dio un beso en la mejilla, cerciorándose de que evitaba todo contacto con Pedro-. Dejaré que papá te arrope.
Abandonó el cuarto casi a la carrera y bajó las escaleras. Al entrar en la cocina, se dedicó a recoger la mesa. Lavó los platos, limpió los bancos... todo lo que la mantuviera ocupada y no la dejara pensar. Pero cuando ya no tuvo nada para hacer, regresó al salón y se acercó al ventanal que abarcaba casi una pared entera. Se quedó quieta como una estatua y contempló la arena y el mar.
Había sido tan feliz... no, había estado contenta allí. Si en ese momento tuviera a su lado a Tom. Se secó una lágrima perdida. Él sabría qué hacer. Sabría cómo manejar a Pedro. Irguió los hombros y respiró hondo. Había madurado mucho en los últimos años; ya no era la joven ingenua y embarazada que saltó de alegría al escuchar la petición de matrimonio de Pedro, halagada de que hubiera contratado a un detective para localizarla.
-Un escondite espectacular -se burló una voz ronca a su espalda.
Se sobresaltó como si hubiera oído un disparo, ya que no se había percatado de su presencia.
-¿Cómo me encontraste? -giró en redondo para enfrentarse a él-. Otra vez unos detectives -se burló.
-Tu amigo Tom me escribió y me lo contó -explicó con ojos entornados.
Fue la respuesta que más daño podía hacerle. Lo miró con ojos muy abiertos y llenos de dolor.
-No. No te creo -Tom jamás habría traicionado su confianza.
-Como quieras -se encogió de hombros. Fue a sentarse en un sofá de piel y estiró las largas piernas-. Ya poco importa. Aunque he de felicitarte por realizar un estupendo trabajo. Al principio lo achaqué a una depresión posparto, y lo hablé con el doctor Credo. Pero no... Saliste de su consulta en perfecto estado, con un suministro de píldoras anticonceptivas para seis meses.
Se ruborizó cuando le recordó su mentira.
-Eres una gran actriz. Me quito el sombrero - continuó con cortante cinismo-. Gasté una fortuna en contratar a los mejores detectives, y no fueron capaces de encontrar rastro de ti después de que dejaras aquel hotel de Londres. Tienes una familia notable... creo que a lo más que llegaron fue hasta un primo segundo por parte de padre en Bristol. Tu madre fue criada en un orfanato. Fuiste increíblemente afortunada de haber recurrido a Tom, mi querida esposa -hizo una mueca helada-. O jamás lo habrías conseguido.
Incómoda, lo escuchó y frunció el ceño. Pedro acertaba en todos los detalles sobre su familia, por lo que no había motivo para que le mintiera acerca de Tom. Horrorizada, supo que decía la verdad. De pronto sintió las piernas flojas y fue a sentarse en el sillón más cercano.
-¿Cuándo te escribió? -preguntó en voz baja.
-Hace diez días, al parecer desde su cama en el hospital. Pero recibí la carta anoche. Sabía que iba a morir, de modo que me escribió para informarme de que, aunque te quería como a una hija, ya no podía cuidar de ti. También dijo que era hora de que yo cuidara de los míos -enarcó una ceja con sarcasmo.
-Te has asegurado esa oportunidad al soltar que eras el padre de Annalou -declaró con amargura-. Podrías haberle creado un trauma -añadió.
En un abrir y cerrar de ojos, Pedro se levantó del sofá y la levantó por los codos. La transformación fue increíble; tenía la cara tan tensa de furia que Paula temió por su seguridad.
-¡Tú te atreves a decírmelo a mí! ¡Tú, que la privaste de su padre durante tres años! Que me privaste a mí de mi hija. Para sustituirme por tu amante, Tom.
-No. No -gritó, aturdida por su razonamiento-. Suéltame -intentó apartarle las manos-. No fue así. Él la sujetó con más fuerza.
-Sí, lo fue, mi hermosa y traicionera esposa. No me tomes por tonto... esta casa solo tiene dos dormitorios -soltó con los dientes apretados, acercándola más a su cuerpo.
-Hay dos camas; comparto una con Annalou.
-Por las apariencias, no lo dudo -rugió-. Y esta noche yo la compartiré con Anna Louise. Dio, incluso has privado a mi hija de su nombre, y yo... yo, su padre... tengo que oír cómo me informa de que siempre la llaman Annalou. Cuando hoy te vi en la playa, tuve ganas de matarte. Me has hecho pasar por tres años de infierno. Pero no merece la pena que pierda mi libertad por ti. A cambio, me voy a asegurar de que sufras lo mismo que yo he sufrido.
-¡Hacerme sufrir! -estalló ella-. Lo hiciste desde el día en que nos casamos. Nunca me quisiste, lo único que buscabas era un hijo de mí. Ni siquiera intentaste ponerte en contacto conmigo hasta que no descubriste que estaba embarazada. Y aun así...
-Me dejaste plantado -cortó implacable-. Yo no voy detrás de ninguna mujer.
Era el mismo imbécil arrogante de siempre.

lunes, 17 de febrero de 2014

Capitulo 25

Tres años después...
ST. AIDEN'S Cove en Cornualles estaba prácticamente desierto, aunque era comienzos del verano. Paula se hallaba junto a los salientes rocosos en la diminuta playa y observaba a su hija meter de forma metódica arena en un cubo rojo; nada frenaría la determinación de Annalou de construir un castillo de arena, lo que hacía que pensara en Pedro. Annalou tenía los ojos de su padre, y también su seguridad. Nada parecía molestarla.
Con ironía, reconoció que, por desgracia no podía decirse lo mismo de su madre. Un día de verano parecido a ese había escapado de la Casa Alfonso.
Recordó esa época traumática y la sencillez final para lograrlo. Le había contado a Pedro lo que había hecho Micaela, y la respuesta de él había sido decirle que exageraba. Habían discutido, pero por una vez Paula se había negado a ceder.
La noche anterior a que tuviera que ir al último examen del médico, Pedro había entrado en su dormitorio.
-Mañana tienes cita con el médico, ¿verdad? -le había preguntado. Los ojos oscuros, que ardían con una sombría intensidad, habían capturado los suyos. Como si se sintiera obligado, se había sentado en la cama y la había tomado en brazos y besado con una pasión hambrienta y urgente-. Bella mia -había gemido sobre la boca de ella, mientras le acariciaba el pecho-. Vuelve deprisa mañana. Me muero de frustración -y la besó otra vez.
Dos besos habían bastado para convencerla de que sus temores eran infundados y de que Pedro la amaba. Eran una familia y el futuro parecía de color rosa. Pero el comentario de él al despedirse: «Recuerda pedirle al médico que te dé la píldora... es el control de natalidad más seguro», había mermado su euforia.
Pero nada como la sorpresa que recibió al día siguiente. Había regresado del médico entusiasmada, y fue directamente al despacho de Pedro, incapaz de esperar para darle la buena noticia.
Con amargura pensó que incluso en ese momento le dolía. La puerta había estado parcialmente abierta y los había visto juntos. Abrazados. La advertencia de Zaira, los actos de Micaela... todo había encajado. Pero lo que le produjo horror fue lo que les oyó decir, lo que la impulsó a marcharse de inmediato.
-Puedo asegurarte, Micaela, que Paula y yo no vamos a tener más hijos.
-Entonces, ¿por qué esperar? Deshazte de ella ahora, Pedro. Yo puedo cuidar de Anna Louise; la quiero.
Bajo ningún concepto iba a permitir que Micaela pusiera las manos en su hija.
Paula había actuado con energía. Su rostro triste había sido auténtico cuando luego le contó a Pedro que el médico había indicado una semana más, pero no por el motivo que él había creído. Con un poco de persuasión, había aceptado que Paula y el bebé fueran a visitar a Zaira Nara durante unos días, mientras él aprovechaba la oportunidad de arreglar unos negocios en Nueva York.
Irónicamente, Pedro le había proporcionado los medios de fuga. Le había regalado un teléfono móvil de última generación, dándole instrucciones de llamarlo en cualquier momento, para que él no la molestara cuando se encontrara con Anna Louise. Paula había entrado a su despacho a buscar el pasaporte y por un extraño golpe de suerte había encontrado el nuevo que Pedro le había solicitado, con el bebé incorporado en el documento. Había dicho que la llevaría de vacaciones, pero no pudo creer el descaro que mostraba. ¡Era evidente que las vacaciones serían su despedida! En ese momento se juró que lo iba a sorprender.
Al día siguiente iba en un avión a Inglaterra, y por la noche había vaciado su cuenta bancaria, y agradecido la bonificación del dinero de la venta de su casa. Había llamado a Pedro varias veces para no despertar ninguna sospecha. La última llamada la había realizado a la mañana siguiente, cuando dejó el hotel en el que había pasado la noche. Le dijo que había dejado el coche en el aeropuerto de Roma y que lo abandonaba. Podía quedarse con Micaela, pero no con su bebé.
Él seguía chillando cuando Paula cortó la comunicación y tiró el móvil a la calle. Un taxi negro se había encargado del aparato.
Al recordar a su honorífico tío Tom de la infancia, puso rumbo al hogar que tenía en Cornualles. Al presentarse, él las recibió con los brazos abiertos. Después de oír su historia, había insistido en que se quedaran con él en la casa que daba a la bahía. Las había presentado a los vecinos como Paula Hope, la sobrina que acababa de enviudar, y su hija, e instruyó a Paula en que debía mantenerse alejada de cualquier ordenador del gobierno para permanecer oculta, incluidos los de hacienda, los de los sistemas sanitarios y de educación y así en más.
Con el dinero de la venta de su casa ingresado en la cuenta de Tom, no había sido ningún problema lograrlo. Ellen Jones, cuyo padre era amigo de Tom, dirigía un pequeño gimnasio en la ciudad cercana de Newquay, en el que le había dado un trabajo a tiempo parcial, por el que le pagaba en efectivo.
Durante tres años la vida de Paula había ido bien. Contempló a Annalou. Apretaba los dientecitos, con la atención centrada en fabricar «el mayor castillo de arena del mundo» para el tío Tom.
Cerró los ojos en un espasmo de dolor. El día anterior habían enterrado a Tom. Era él quien había acortado el nombre de Anna Louise a Annalou. Pero nunca más volverían a verlo ni a oír su acento de Cornualles cuando la consolaba. Sus vidas iban a tener que cambiar...
Pedro titubeó para controlar el martilleo de su sangre por las venas. Era Paula, más hermosa que nunca, algo que ni siquiera el vestido negro barato que llevaba podía ocultar. Le había dado todo y ella lo había traicionado...
En silencio, avanzó.
-¿Así que es aquí donde te escondes, Paula?
Después de tres años, reconoció la voz profunda al instante. Abrió los ojos conmocionada. Se hallaba a menos de medio metro de ella, todo masculinidad poderosa. El rostro bronceado mostraba algunas arrugas nuevas, pero no hacían más que potenciar su atractivo. Llevaba unos pantalones negros de un corte perfecto y un jersey negro de cuello vuelto. Parecía un ángel vengador mientras la estudiaba con desdén.
-Tú -murmuró ella... como si lo hubiera invocado al pensar antes en él. Apartó los ojos y buscó con la vista a Annalou, sentada en la arena y observándolos con curiosidad.






Mañana subo 2 capituloosss!!!